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Viaje a Alaska y Canadá 70. Fortress of the bear II.


 

Las instalaciones eran sencillas, quizá un poco cutres, con perdón por el esfuerzo que había realizado esta gente desde 2007. Ocupaban lo que nos parecieron unos depósitos mineros circulares abandonados. La antigua mina se divisaba desde el lugar. No he encontrado certezas sobre ello, más allá de nuestra observación. Ese hábitat incluía unas charcas, troncos, un pedacito de bosque. Era amplio, aunque, sin duda, estos animales, que no habían disfrutado demasiado de otros lugares silvestres, echarían de menos la libertad. Los noté algo excitados, nerviosos, fruto del ajetreo de los visitantes, que no tenían un comportamiento precisamente ejemplar, aunque yo también hubiera gritado y me hubiera mostrado tan excitado de ser uno de los niños que hacían la visita con los ojos como platos, señalando a los osos y tratando de captar su atención.

En general, paseaban por el entorno con ese andar cachazudo y como ajeno al mundo. Alguna vez miraban a los visitantes. Se metían en el agua, se erguían y entonces comprobabas su corpulencia, se rascaban, comían algo, se marchaban, se sentaban en una rueda de tractor que estaba un poco fuera de lugar. Procuraban pasar del alboroto general. Transcurrido un rato, la lluvia retiró al público hacia la zona cubierta y la tienda, y reinó una paz relativa. Había que aprovechar el momento.



Me paré un rato ante los paneles explicativos de cada uno de los ejemplares. Cada uno era una historia trágica contada con brevedad. Algunos habían acabado allí tras perder a su madre por ingerir plásticos o algún alimento tóxico en mal estado. Otros habían quedado huérfanos cuando su madre penetró en la cocina de un lodge de pesca y el chef se defendió causándole la muerte. Lo curioso es que los clientes del lodge dieron de comer a los cachorros para que no murieran de hambre hasta que fueron recogidos por los voluntarios.

En el interior, daban consejos para esos encuentros indeseados que podían resultar trágicos. José Ramón comentó que era conveniente llevar un cascabel. De esa forma, el oso detectaba con tiempo al humano y se alejaba. Era aconsejable ir en grupo. No llevábamos spray para osos, que había que lanzar a una distancia de 30 a 60 pies (10 a 20 metros), hacia abajo. Era bastante efectivo. Había que llevar mucho cuidado con la comida y guardarla en compartimentos bien cerrados, estancos. Nunca cocinar en el interior de una tienda de campaña. Para un tipo de osos aconsejaban hacerles frente, gritar, erguirse para que el oso percibiera una mayor altura. Para otros, mejor hacerse un ovillo en el suelo y que el oso jugara con esa masa compacta. Claro que con el terror que generaba ese encuentro como para acordarse si ese oso había que combatirlo con uno u otro método. Salir corriendo era la peor opción. Los osos eran rápidos.



La tienda comerciaba con una mercadotecnia ejemplar. Vendían productos locales, muchos de ellos centrados en los osos y otros animales de la zona. Había pendientes, gorras, camisetas, libros, recuerdos de todo tipo. Las ventas financiaban la labor de esta gente.

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