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Viaje a Alaska y Canadá 67. Águilas y ballenas.


 

Nuestro siguiente avistamiento fue el águila calva. Nuestro naturalista nos dio indicaciones y el barco se acercó a un islote que no parecía diferenciarse de todos los demás. Nos señaló un árbol y un nido. Las águilas, nos comentó como curiosidad, eran monógamas, aunque tenían sus escarceos fuera de la pareja. Se tenía constancia de divorcios. Sus nidos eran enormes y pesados. Decían que eran los más grandes de todas las aves, aunque para nosotros no tenían comparación con los de las cigüeñas.

Sobre un árbol seco se perfiló la forma de una de estas águilas que habían pasado a ser el símbolo del país. Estaba hierática y se confundía fácilmente con el remate del tronco. Poco después apareció otra volando y se posó a su lado, como queriendo asumir con la primera el destino que le pudiera deparar. Quizá asistimos, sin ser conscientes, a una bonita historia de amor y sacrificio.



El cotarro se animó con el avistamiento del primer chorro de agua que marcó la posición de una ballena. Luego apareció su aleta dorsal, un poco del lomo. Esa operación se repitió varias veces hasta que decidió sumergirse y legarnos el espectáculo de su aleta trasera. Eso implicaba que tardaríamos en volver a verla.

Las ballenas estaban censadas y era posible saber a la que se había fotografiado si se subía la imagen a una página de internet.

Empezamos un juego de búsqueda que fructificó en otros avistamientos y desató la euforia de la gente, que se iba desplazando entre exclamaciones de un lado al otro del barco en busca de esa foto maravillosa que consagrará al viajero como un ser con suerte. Yo me retiré de esa lucha. Salvo que llevaras un teleobjetivo impresionante, como alguno de los que iba en el barco, las imágenes que se captaban eran pequeñas y sin mucho interés real. A costa de esta persecución con la cámara te perdías la secuencia de su desarrollo, vivir el momento.



Después de muchos amagos y requiebros nos retiramos del safari fotográfico y enfilamos hacia el puerto de Sitka. La vocación de la ciudad siempre fue mirar al mar. La pesca había sido uno de sus medios de vida desde hace siglos. Embarcaciones de recreo y de pesca se mezclaban con las instalaciones portuarias y con las casas de madera de vivos colores.

A la espalda de la población apareció el monte Edgecumbe, que era un volcán extinguido. Pequeños parches de nieve lo coronaban. La impresionante masa forestal que nos rodeaba era parte del Bosque Nacional Tongass.

El cielo seguía gris, y los matices se difuminaban. Al menos la lluvia no había descalificado el día. Esta imagen tenía su encanto.

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