Los rusos llamaron inicialmente
al lugar Angelicos, denominación que aún se percibía en algún establecimiento
de la ciudad. El espíritu de los intrépidos rusos permanecía ejemplificado en
la iglesia ortodoxa de San Miguel.
El desayuno se fue alargando y
la llegada a puerto de nuestro crucero se completó. Comenté con Jesús que
volveríamos a revivir esas maniobras al salir, por aquello de hacer fotos del
lugar. Jesús advirtió que el cielo nuboso, aunque sin lluvia, se mantendría
hasta poco después del mediodía. Después, empeoraría y la lluvia sería un
compañero permanente. Así que mejor fotografiar en ese momento y grabar en la
memoria todo lo que nos gustara e impresionara. Fue un sabio consejo porque se
cumplieron sus previsiones.
El muelle y la terminal de
cruceros estaban alejados de la ciudad. La terminal se componía de unas pocas
tiendas, algún bar y restaurante y algunas casitas en los alrededores que
estaban incrustadas en las montañas boscosas. Era un paisaje encajonado,
precioso. Quizá los que habitaban esas hermosas casas de madera ocuparan su
tiempo en trepar a las cimas de los picos agudos. Las nubes coqueteaban con
ellos en cuanto se ponían de acuerdo para formar una masa algodonosa.
Buscamos en el muelle a quien
coordinaba nuestra excursión, confirmamos el lugar de agrupación, entramos en
una tienda, conseguimos internet y revisamos rápidamente los mensajes
recibidos, mandé unos vídeos y unas fotos, busqué alguna imagen sugerente para
poner los dientes largos a la familia y a los amigos. Javier estuvo a punto de darnos un disgusto,
ya que no encontraba el bono de la excursión. Poco después José Ramón localizó
un documento que justificaba la contratación.
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