El protocolo del barco ordenaba,
o simplemente sugería, el carácter formal de la vestimenta aquella tarde y
noche. Correspondería con lo que en otros cruceros se denomina la cena del
capitán. Siguiendo ese código, la gente se vistió con sus mejores galas y se
dispuso a dejar constancia de ello con un amplio reportaje de fotos románticas,
familiares y de esas que son para toda la vida. Nada de fotos de móvil: de
fotógrafo profesional, con fondos de atardecer, con mares de un azul de cuento
de hadas. Otra cosa es que aquellos vestidos y trajes siguieran lo que para
nosotros era elegancia. A algunos les sentaban horrorosamente. Recordé aquella
expresión de como a un cerdo un par de calcetines, que tiene una mala leche
tremenda.
Nosotros y nuestros compañeros
de mesa pasamos bastante. Eso sí coma todos nos arreglamos un poco, sin
chaquetas ni corbatas. La más elegante, sin duda, fue Carlota, la hija mayor de
la familia catalana.
Después de cenar hicimos una
amplia sobremesa lo que implicó perdernos parte del espectáculo del Teatro Tropical.
Jordi nos comentó un poco cómo había sido su vida tenística, su ranking mundial,
su participación en los torneos de Grand Slam, su amistad con Jordi Arrese. Se
retiró joven, se fue a Andorra y allí estuvo durante un tiempo hasta que las
circunstancias familiares aconsejaron regresar a Barcelona.
El bar de la rotonda estaba
animadísimo. Saltamos a bailar con gente de todas las edades, razas, colores e
idiomas. Eran canciones de siempre, de las que sirven tanto para unas
generaciones como para otras. La tendencia era a bailes de movimientos
coordinados por el grupo de bailarines del espectáculo, lo cual no se me da
demasiado bien. Soy más de bailar por libre. Vamos, que no podría ganarme la
vida dedicándome a bailar, lo reconozco. ¡Qué ganas tenía de bailar! Los cuatro
nos lo bailamos todo. Fue el complemento ideal para nuestras sesiones de
gimnasio. La sudad fue de campeonato por la humedad.
Al cabo de una hora se fueron
los bailarines, cambiaron la música y pusieron un grupo que terminó por amuermar
a todo el mundo. La pista se vació rápidamente. Como no estábamos muy decididos
a irnos a dormir, subimos a la discoteca con la esperanza de continuar con la
marcha. Había menos gente que el día anterior, con lo que mareamos un poco la
perdiz y nos fuimos a dormir.
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