Por la tarde, una fina lluvia,
quizá causada por la persistente niebla, había barrido a los pasajeros de las
cubiertas abiertas, que habían quedado desoladas. Las tumbonas echaban de menos
a sus, hasta ahora, fieles compañeros.
Aún resistía un grupo de niños
con sus padres jugando al fútbol sin importarles el inconveniente del agua. Quizá
en sus lugares de origen esa fina lluvia era lo normal y la asumían con
naturalidad. También permanecía algún aficionado al minigolf, los devotos del
jacuzzi y algún desesperado caminante que no sabía dónde meterse.
En el interior, lectores,
jugadores de cartas, alguien que miraba al horizonte componían una estampa
recurrente. La línea del horizonte era tan difusa que daba para imaginar lo que
quisieras: una costa baja, algún islote que no alcanzamos nunca al ser otro de
los cruceros de la flota que salió con nosotros, un refugio de piratas que
resistían bien estos rigores, algunos seres mitológicos que quizá gozaban de
día libre o que no se atrevían a enfrentarse a estos mamotretos flotantes.
Revisando entre mis notas y
materiales localicé unas sobre la mitología del pueblo haida en la que el cuervo
gozaba de un papel principal. Curiosamente, el cuervo era una divinidad
tramposa, embustera, descarada, libidinosa o grotesca. Para nuestro canon
occidental sería un mal ejemplo. Sin embargo, su papel de bisagra entre dos
eras, como destacaba Claude Levi-Strass, era esencial en el pensamiento de este
pueblo:
En el
origen de los tiempos nada era imposible, los deseos más extravagantes podían
realizarse. La edad actual, por el contrario, en que los humanos y los animales
han adquirido naturalezas distintas, está marcada por el sello de la necesidad.
En el mundo habitado por los hombres, la vida social obedece a reglas y la
naturaleza dicta sus voluntades. Ya no es posible hacer cualquier cosa. El
tramposo lo descubre, a menudo para su mal; y porque sus apetitos inmoderados
le hacen, a él el primero, víctima de estas restricciones de nuevo cuño, es
tarea suya hacerlas definitivas y fijar sus modalidades. Es un universo en
pleno cambio, es a la vez el último insumiso y el primer legislador.
Humanos y animales, naturalezas
comunes. Me entretuve en contemplar los rostros de la gente que me acompañaba
en ese momento en el barco y fui asignando naturalezas animales a los
pasajeros. Busqué en primer lugar al cuervo y lo hice en base a la nariz más
larga. Uno de los aburridos jugadores daba el perfil perfecto para una
metamorfosis inmediata. Cerdos, osos, alguna gacela estilizada y atractiva,
liebres y conejos, algún rostro de batracio… Resultó de lo más entretenido.
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