Javier Reverte resaltaba nombres
significativos del Paso: estrecho de la Desolación, cabo de la Precaución, Agujero
del Diablo, Bolsillo de Dios o curva de la Salvación. En la costa exterior,
punta del Terror o punta de la Pena.
Traté de captar esas imágenes
mientras el viento provocado por el avance del barco me despeinaba y pugnaba
por penetrar en mi piel a través de la eficaz camiseta térmica. Debía llevar
pelos de científico loco.
Jugué un rato con los filtros,
haciendo todo lo posible técnicamente con mi cámara para arreglar esas fotos
que eran una superposición de grises. Mientras, el espectáculo natural era
mucho más impresionante con su expresión sencilla. Me empeñaba en guardar en la
cámara lo que debía acumular en mi mente y en mi corazón.
Desapareció la costa, nos dejó a
nuestro destino, inundado de niebla gris, difuminando todo contorno hasta
desaparecer sin piedad. Nuestro tiempo de aprendizaje había terminado y ahora
nos tendríamos que enfrentar a los elementos con nuestros medios.
El mar ya no era la superficie
lisa de nuestra salida de puerto y en la que contribuía la protección de las
islas. Aquel lago abierto se había independizado y se fusionaba con el Pacífico,
que de pacífico solo tenía el nombre. Es cierto que no nos amenazaban grandes
olas, pero el mar se había rizado, picudo, agresivo, todo espuma y oleaje,
pasión de movimiento acuático, y movía el barco de una forma bastante
perceptible. Se enfrentaba a él a pesar de su tamaño. Pero el océano era mucho
más ciclópeo y quería hacérselo saber.
Íbamos a unos 20 nudos. La
estela del barco era una autopista blanca y verde. Se perdía en el horizonte.
Los motores provocaban una vibración constante, murmullo mecánico.
0 comments:
Publicar un comentario