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Viaje a Alaska y Canadá 54. Sin la protección de las islas.


 

Javier Reverte resaltaba nombres significativos del Paso: estrecho de la Desolación, cabo de la Precaución, Agujero del Diablo, Bolsillo de Dios o curva de la Salvación. En la costa exterior, punta del Terror o punta de la Pena.

Traté de captar esas imágenes mientras el viento provocado por el avance del barco me despeinaba y pugnaba por penetrar en mi piel a través de la eficaz camiseta térmica. Debía llevar pelos de científico loco.

Jugué un rato con los filtros, haciendo todo lo posible técnicamente con mi cámara para arreglar esas fotos que eran una superposición de grises. Mientras, el espectáculo natural era mucho más impresionante con su expresión sencilla. Me empeñaba en guardar en la cámara lo que debía acumular en mi mente y en mi corazón.

Desapareció la costa, nos dejó a nuestro destino, inundado de niebla gris, difuminando todo contorno hasta desaparecer sin piedad. Nuestro tiempo de aprendizaje había terminado y ahora nos tendríamos que enfrentar a los elementos con nuestros medios.

El mar ya no era la superficie lisa de nuestra salida de puerto y en la que contribuía la protección de las islas. Aquel lago abierto se había independizado y se fusionaba con el Pacífico, que de pacífico solo tenía el nombre. Es cierto que no nos amenazaban grandes olas, pero el mar se había rizado, picudo, agresivo, todo espuma y oleaje, pasión de movimiento acuático, y movía el barco de una forma bastante perceptible. Se enfrentaba a él a pesar de su tamaño. Pero el océano era mucho más ciclópeo y quería hacérselo saber.

Íbamos a unos 20 nudos. La estela del barco era una autopista blanca y verde. Se perdía en el horizonte. Los motores provocaban una vibración constante, murmullo mecánico.

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