El siglo XVIII se había
inaugurado para España con la desastrosa Guerra de Sucesión en que perdió una
buena parte de sus posesiones europeas, aunque mantuvo casi en su integridad
sus posesiones en América, muy codiciadas por las otras potencias que trataban
de hacerse un hueco en aquel continente que se interponía en la ruta hacia Asia.
Ingleses y holandeses habían
construido poderosas flotas que se enseñoreaban en las aguas del mundo. Sin
embargo, España seguía siendo una potencia de primer orden y no dudó en
afianzar su armada. Los modelos de Gautier y Jorge Juan propiciaron limitar la
ventaja de los navíos británicos. Se ha elucubrado con que Jorge Juan viajó a
Inglaterra como espía para hacerse con sus secretos navales y contratar a los
expertos que harían posible que se repartieran las victorias y las derrotas en
un empate técnico hasta la debacle de Trafalgar y los despropósitos de principios
del siglo XIX.
Como tenía pocas o nulas
posibilidades de contemplar un buque del último tercio del siglo XVIII me
desplacé semanas después de nuestro regreso al Museo Naval de Madrid, un museo
espectacular que merecería más atención de los madrileños y de los visitantes a
mi ciudad. Allí encontré un material espectacularmente bueno para ambientarme
en mis navegaciones por el Pacífico norte en la época en que aún teníamos
presencia en Alaska y el actual Canadá.
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