Me quedé solo con el mar y el
viento. ¡Qué difícil es dialogar con el viento! No solo porque su lenguaje es
oscuro y, en muchos casos, incomprensible. A veces, es atronador y no hay quien
capte su mensaje. Otras, cuchichea y se confunde con otros sonidos ambientales.
En mi soledad le propuse un
diálogo y le pregunté cómo estaba. Me pegó un bufido intempestivo, como si me
hubiera entrometido en su existencia. Lo único que quería era ser amable. Me
recompuse el pelo y la ropa e hice amago de marcharme. Tampoco había mayor atractivo.
Se calmó, se convirtió en un vientecillo alegre que jugueteaba con las
superficies del barco que más sobresalían y abandonó sus destemplanzas. Lo
mismo trababa amistad y prescindía de mis deseos de charla.
Me apoyé en la barandilla y
escudriñé el rostro del viento. Lo de escudriñar lo repetiría a menudo en el
crucero. Me lo imaginé de mofletes regordetes, como siempre se le había
representado en el acto de soplar. Por contra, me llevé un chasco morrocotudo
al contemplar a un tirillas fibroso, o así me pareció al fijar la vista. Su
estado gaseoso daba para múltiples interpretaciones y quizá compaginara esas
imágenes sin rostro.
Abandonó sus malos modos y su
deseo de impresionarme y se conformó con revolverme el pelo con suavidad. Lo
agradecí. Y allí nos pusimos frente a frente, como es mejor para dialogar.
-Te han dejado solo en cubierta -dijo
con parsimonia. Lo confirmé con una mirada rápida en redondo.
-No has hecho mucho para
mantenerlos aquí. Yo he aguantado de milagro.
-Soy un incomprendido. Desde que
estos trastos ya no dependen de nosotros para moverse nos han perdido el
respeto.
-Pues que lleven cuidado porque
un golpe de viento altera los planes y luego llegan las lágrimas.
-Seguimos moviendo las nubes,
apoyamos el vuelo de las aves -en ese momento pasó una formación en uve-,
agitamos los malos pensamientos y los espantamos.
-Sana labor, sin duda.
Allí estuvimos entretenidos los
dos hasta que fui consciente de que había que bajar a cenar. El segundo turno
era a las 7,45. Desde luego, llevaban otro horario distinto al español, aunque
fuera verano.
Mi intención de fotografiar el
atardecer se saldó con un gran fracaso. La luz era demasiado potente y mis
experimentos con los filtros de la cámara fueron un tremendo desastre. El sol,
que aún gastaba bastante mala leche, se dejó de juegos y frustró toda mi
creatividad. Ya vendrían tiempos mejores.
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