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Viaje a Alaska y Canadá 44. Explorando el barco.


 

Nuestro camarote estaba en la tercera cubierta, poco glamurosa. Por supuesto, sin balcón o ventana. Javier la denominó “la cubierta de los irlandeses” en una jocosa referencia a la película Titanic. Quizá a las cinco disfrutáramos de la fiesta con los violines de los pasajeros. La ventaja era que allí se notaba mucho menos la oscilación del barco en tiempos de marejada, como pudimos comprobar en más de una ocasión.

Una de las novedades respecto a otros cruceros fue la ausencia de simulacro de emergencia. En otras ocasiones, al sonido de una sirena había que ponerse el chaleco salvavidas y salir hasta el punto asignado, con el correspondiente caos, que generaba cierto cachondeo y desmadre en la ejecución de la operación.  En esta ocasión, a consecuencia de la pandemia, solo había que ver un vídeo explicativo en la televisión del camarote y subir al punto de encuentro, en nuestro caso el B6, en la cubierta 4. Figuraba en la tarjeta que servía como llave para el camarote, medio de pago o controlador de entrada y salida del barco. Subimos, nos apuntaron y quedamos liberados.



El Serenade of the seas (que así se llamaba nuestro barco) fue el último crucero en partir. Eso nos dio la oportunidad de contemplar las maniobras de salida de los otros dos cruceros. La gente se apelotonaba en las cubiertas superiores, bebida en mano para entrar en ambiente, y cuando se separaba del muelle se producía un fuerte murmullo de aprobación. Al contemplar esos barcos tan similares al nuestro, te dabas cuenta de la inmensidad de aquellos navíos.

Le propuse a Jesús dar una vuelta por el barco para ir conociendo sus instalaciones. Tenía 293 metros de eslora (de largo), capacidad para 2.500 pasajeros y 859 tripulantes, 13 cubiertas y 1.050 camarotes, más restaurantes, bares, piscinas, zonas de juegos y un sinfín de lugares a los que nos iríamos acostumbrando durante la semana siguiente. Exploramos el teatro, la zona de restauración, las piscinas, cubierta y descubierta, la discoteca y ese bar tranquilo donde le comenté a Jesús que me refugiaba cuando necesitaba paz para escribir. Él encontró su reducto en la discoteca, que se utilizaba escasamente hasta la noche.

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