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Viaje a Alaska y Canadá 43. Burocracia, Dios santo.


 

Nos esperaban los tediosos trámites de embarque, una sucesión de colas y esperas desesperantes. El mensaje era “te ganarás el placer del crucero con el sudor de tu frente o la incomodidad de las gestiones burocráticas”. La primera fue obtener las etiquetas para las maletas. Mis compañeros no las llevaban impresas. Lo solucionamos en un momento.

En ocasiones pienso que se vapulea al viajero para que, por contraste, aprecie más la felicidad de su aventura al haber sorteado la jinkana a la que ha sido sometido. El cóctel de bienvenida le sabrá mejor. Para ello, mostramos las tarjetas de embarque, fotografiaron nuestros pasaportes, revisaron nuestros test de antígenos, realizados dos días antes por el módico precio de 79,99 dólares canadienses, y tras muchas búsquedas de otros centros con un importe inferior, revisaron la ESTA (el previsado de Estados Unidos), José Ramón no lo encontraba al principio, con la angustia correspondiente. Nos entregaron un papelito amarillo para distinguirnos de los otros dos cruceros que salían ese día, y nos mandaron al control de aduanas de Estados Unidos. Sólo faltó que nos dieran una palmadita y nos dijeran aquello de “que la magdalena os guíe”, o algo parecido, sabedores del coñazo que nos esperaba. Que la fuerza te acompañe tampoco hubiera estado mal.

Aquello me recordó a las imágenes de la isla de Ellis de las películas, en versión moderna. Allí estábamos arrastrando los pies pesarosamente, en fila, como prisioneros de guerra, avanzando en zigzag. Así ibas conociendo los rasgos de tus compañeros de recorrido. A alguno le tomamos cariño y nos prometimos asistencia mutua, si fuera necesario. Para colmo, esa maniobra coincidió con el latigazo diario de sueño producto del jet lag. El bajón fue tremendo, nos dio dolor de cabeza, un poco de mareo. Envidiamos a los muchos ancianos y gentes de movilidad limitada que disfrutaban de silla de ruedas o carrito eléctrico. O a los niños, que eran ajenos a ese trajín montados en sus cochecitos y que dormían como benditos. Al llegar al puesto el trámite fue de lo más sencillo. Prueba superada.

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