Aún teníamos tiempo, con lo que
nos decidimos a subir a la Harbour Center Tower, el más privilegiado mirador
sobre el cogollo central de la ciudad. En ese mismo día tendríamos tres
perspectivas diferentes de la ciudad. El precio no era exagerado, 20 dólares
canadienses, unos 17 euros.
Harbour Center acogía un campus
de la Universidad Simon Fraser en su estructura de 28 pisos. Me hizo gracia que
calificaban su estilo como brutalismo, caracterizado por su minimalismo y
escasa decoración. Fue iniciado en 1974 y finalizado en 1977. Nuestro objetivo
era el mirador que lo coronaba. El ascensor, que daba a la calle, te convertía
en pocos segundos en el dominador de los tejados y terrazas de Vancouver.
Inmediatamente nos pusimos a inmortalizar la ciudad con fotos y vídeos. La
ciudad se desplegaba a nuestros pies, nos facilitaba identificar los edificios
y lugares más icónicos y comprobamos cómo se extendía la ciudad hasta el
horizonte. El puerto quedaba aparentemente muy cerca. Hubiéramos dado varias
vueltas a aquella oferta de imágenes en 360 grados.
Evidentemente, lo más llamativo
eran las altas torres, los rascacielos que trepaban hacia el cielo. El
desarrollo había sido vertical. Los edificios más antiguos quedaban algo
empequeñecidos, como humillados, o quizás respetados para que el contraste
fuera mayor. Más lejos, se imponía un desarrollo horizontal de casas
unifamiliares, de árboles que formaban pequeños bosques urbanos que protegían
la intimidad de sus habitantes.
Fue un complemento perfecto a
nuestra exploración del primer día.
En la calle Seymour entramos en
una tienda y compramos unos souvenirs y unas camisetas. Regresamos al hotel,
tomamos nuestro equipaje y en dos taxis nos plantamos en el aparcamiento
subterráneo de la terminal.
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