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Viaje a Alaska y Canadá 38. Atardecer de confidencias.

 


Todo cambiaba: el paisaje y mi percepción interior. Ésta mucho más de lo que cualquiera pudiera imaginar.

-Con esa cámara será mucho más fácil hacer buenas fotos. ¿Se dedica usted a la fotografía?

A lo largo del viaje comprobamos que los canadienses eran gente afable y comunicativa que demostraba curiosidad por los extranjeros. Era habitual que de forma espontánea se enrollaran en breves conversaciones agradables. Una de esas personas fue Arden, una viuda algo mayor que ello, extrovertida y dicharachera, de profundos ojos azules y cazadora años sesenta con la que mantuve un diálogo en el último tramo de la travesía en ferry.



Rápidamente me hizo la ficha, me preguntó por mi profesión y si tenía nietos, directamente, sin pasar por los hijos, algo que causaría cierto cachondeo entre mis amigos al comentarlo posteriormente. Ella tenía ocho nietos y tres hijos, venía de visitar a uno de ellos y vivía a pocos metros de otro, en los alrededores de Vancouver. Hablamos de viajes, de los lugares que más nos habían impresionado, de qué esperábamos de la vida. Me preguntó si era creyente, le dije que sí y hablamos de Dios como de un amigo entrañable y de la crisis espiritual en el mundo. No era católica y no puedo recordar de qué variante cristiana profesaba.



La llamada por megafonía nos obligó a terminar nuestra conversación. Le di mis datos y los de mi blog para que pudiera seguir mis aventuras viajeras. Quizás se descargó alguno de mis libros.

Me despisté un momento, perdí la estela de mis amigos y tuve un momento de pánico al no localizar mi transporte. Respiré hondo al entrar y ver el rostro de Kim y a mis amigos al fondo.

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