Mi primera impresión fue de
destellos de color de todas las variedades y matices. A pesar de que agosto no
era demasiado propicio para la floración de muchas plantas. Para paliarlo,
seguían la tradición victoriana de cambiar los diseños florales conforme
evolucionaban las estaciones. Los cambios del tiempo marcaban los vestidos de
la naturaleza. El embellecimiento del entorno personal era una filosofía en
boga en la época y ese principio se había transmitido de generación en
generación. En la actualidad el jardín seguía en manos de la familia.
El jardín era realmente una
pluralidad de jardines bien articulados y que respondían a experiencias
estéticas diferentes, como si hubieran querido dar la razón a tantas tendencias
marcadas por el lugar y el pensamiento de los habitantes del Mundo. Cada zona
invitaba a sentarse en un banco y meditar sobre el mensaje que quería
transmitir ese concreto jardín. No necesitabas conocimientos especiales para
ello. Tan solo sensibilidad. Requería abrir el corazón a tanta belleza.
Todo estaba muy cuidado y los
pequeños detalles no estaban puestos al azar: la noria de la entrada, como el
ciclo de la vida, las fuentes que recordaban que el agua era la existencia
misma, los árboles que marcaban las lindes o aportaban sombra en el verano.
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