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Viaje a Alaska y Canadá 34. Butchart Gardens I


 

Me hubiera gustado haber presenciado la conversación entre Jennie Butchart y su marido Robert Pim Butchart en torno a la cantera abandonada que durante un tiempo había abastecido de cemento a una planta propiedad del señor Butchart. Quizá él leía el periódico y fumaba en su pipa con una copa de jerez u oporto cerca del sillón en que se relajaba tras una extenuante jornada de trabajo. Jennie aprovecharía el momento propicio para preguntarle por el destino de aquel terreno baldío. Él arquearía una ceja, perplejo. Ella llevaría la conversación a su terreno, con habilidad y decisión, como luego dirigiría el jardín que en aquel momento había decidido crear sobre la base de algo inútil. Es probable que Robert no opusiera resistencia y regalara, condescendiente, la propiedad a su amada esposa. El capricho no afectaba a sus finanzas, por otra parte, perfectamente saneadas. Le divertiría el gesto, el reto. Lo que no pudo imaginar fue el resultado de aquella inusual conversación. O que anualmente un millón de personas visitaran ese jardín prodigioso. Eso sí, él contribuyó con la recolección de semillas y plantas en los viajes que ambos realizaron por el mundo y que quedarían plantadas en aquel edén.



Antes incluso de llegar a Butchart Gardens disfrutamos con el recorrido, especialmente con el último tramo. Kim aparcó, sacó los tickets (38 dólares por persona), nos dio unas breves explicaciones y nos lanzó a descubrir el jardín que llevaba floreciendo más de un siglo (desde 1904). Ocupaba 22 hectáreas de una finca de 53 hectáreas.

No puedo decir que sea un especial aficionado a la botánica, a la horticultura o a la jardinería. Para ello llevaba a mis tres amigos, que controlaban bastante, y que se conjuraron para trasladarme su entusiasmo. Y, desde luego, lo consiguieron.

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