Por Fam Tam Alley, un estrecho
callejón, accedimos a Chinatown. La razón que ofrecía Kim en cuanto a la
configuración del mismo era que en el barrio se consumía opio, tan ilegal como
popular. La estrechez de esta entrada facilitaba la huida cuando la policía
intentaba una redada. Ahora era muy comercial, con buenas tiendas, farolillos
chinos y los rótulos de los negocios que eran un lujo de creatividad.
La primera oleada de chinos
llegó en 1858 procedente de San Francisco atraídos por la fiebre del oro del valle
inferior del río Fraser. La construcción del ferrocarril atrajo una nueva
generación en la década de 1880, según leí en la guía.
Junto a la monumental puerta
ritual colocaron una inscripción en la que la asamblea de Columbia Británica se
disculpaba por el trato discriminatorio sufrido por la comunidad china, que ya
conocíamos por el Chinatown de Vancouver. Los herederos de aquellos primeros
emigrantes y los sucesivos contingentes habían creado un barrio comercial
próspero donde tenían su sede empresas de importación y exportación.
En las alturas pululaban
dragones simpáticos enroscados a las farolas.
Bajamos por Government Street, Jesús
entró en varias tiendas para unas compras (el ave totémica que adquirió tenía
muy buena pinta), entramos en un sitio para comprar algo rápido y ligero para
comer, contemplamos los edificios con cierto tono británico, y llegamos al Inner
Harbour con su puerto deportivo y un puente plagado de candados. Tuvimos la
suerte de ver el final de una competición de canoas tradicionales.
Al final del jardín del Parlamento,
cerca de la majestuosa estatua de la reina Victoria, se desplegaba una
manifestación pacífica y curiosa. Las pancartas eran variopintas, desde “my
body, my choice” (mi cuerpo, mi elección), “defend Canada, support
farmers” (defiende Canadá, apoya a los granjeros), hasta una que decía que
el único insecto que debería comerse era a su Primer Ministro. Protestaban por
los controles, porque no se dieran a conocer todos los aspectos de la
democracia y se extirpara la propaganda, o que los telediarios fueran la causa
de los miedos y la ansiedad de la población. Proliferaban las banderas
canadienses.
Nos acercamos a los vistosos
tótems de aquella extensión de césped, observamos a la gente tumbada y relajada
y esperamos la llegada del resto de nuestro grupo. El siguiente destino eran
los Butchart Gardens.
0 comments:
Publicar un comentario