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Viaje a Alaska y Canadá 31. Rogers y Munro's Books


 

Una de las tiendas históricas de la calle principal era Rogers, especializada en chocolates, que llevaba funcionando de manera ininterrumpida desde 1885. Nació como tienda de ultramarinos hasta que su dueño se emperró en regalar a su amada esposa el mejor chocolate, que traía de San Francisco. Al final, tuvo que fabricarlo él mismo, lo que le catapultó al éxito. Su interior era una delicia por la abundancia de exquisitas delicatessen.



Nuestra siguiente parada fue en Munro’s Books, que ocupaba el edificio construido en 1909 para el Royal Bank of Canada. Inicialmente estuvo en otro emplazamiento. En 1963, Jim y Alice Munro fundaron esta extraordinaria librería que ha sido calificada como la más magnífica de Canadá. Quizá aquí se fraguó el éxito posterior de la premio Nobel Alice Munro. Vendían libros en rústica o de bolsillo que ella leía ávidamente, dándose cuenta de que era muy capaz de escribir libros mucho mejores. Alice se desvinculó del negocio hace años.

Semanas después de nuestro regreso leí Amistad de juventud, una colección de relatos cortos, en los que la escritora es una maestra, que incluía De otro modo, ambientado en Victoria, la isla de Vancouver y Columbia Británica. La protagonista, Georgia, consigue un trabajo a tiempo parcial en una librería. Quizá trasladaba pinceladas autobiográficas:

Sentada en su taburete en la parte delantera de la librería, mostrando sus hombros morenos y desnudos y sus fuertes piernas morenas, parecía una colegiala inteligente, pero llena de energía y de opiniones atrevidas. A las personas que entraban en la tienda les gustaba ver a una chica -una mujer- como Georgia. Les gustaba hablar con ella. La mayoría de ellas iban solas. No eran exactamente personas solitarias, pero no tenían con quien hablar de libros. Georgia enchufaba el calentador de agua de detrás de la mesa y preparaba tazas de té de frambuesa. Algunos clientes predilectos llevaban sus propias tazas.



La librería de Georgia no estaba en una calle “engalanada para recibir turistas”. Los libros de bolsillo ocupaban un lugar preferente. La librería era un microcosmos muy personal:

Georgia encontraba liberadora aquella sencillez después de las calles sombreadas y sinuosas, los patios floridos y los escaparates rodeados de enredaderas de Oak Bay. Allí los libros podían hacer valer sus méritos como no podían hacerlo en una tienda de la ciudad más artificiosa y tentadora. Largas hileras consecutivas de libros de bolsillo.  (La mayoría de los Pinguin entonces todavía tenían sus tapas de color naranja y blanco o azul y blanco, sin dibujos ni fotografías, solamente los títulos, sin adornar y sin explicar.) La librería era una avenida recta de generosidad, de promesas plausibles. Algunos libros que Georgia no había leído, y que probablemente nunca leería, eran importantes para ella, por la grandeza o el misterio de sus títulos.

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