La zona sur de la isla, en la
que se había asentado Victoria, siempre había gozado de un clima templado muy
saludable que había sido muy valorado desde siglos atrás por los pobladores
originarios, los Songhees y los Esquimalt (y también por otras naciones
indígenas que habitaban la zona, hasta un grupo de diez). La caza era abundante,
los puertos naturales eran seguros, abundaba la madera para construir canoas y
refugios, y las vías marítimas facilitaban las relaciones con otras naciones. El
comercio local trajo progreso y bienestar. Cada uno de aquellos pueblos hablaba
su propia lengua y acumulaba su propia cultura, lo que no impidió que las
relaciones e intercambios fueran fluidos. Las costumbres del lugar exigían que
antes de desembarcar en el territorio de otra nación se pidiera permiso. Luego
celebraban ritos en común como el potlach o carreras de canoas.
La tierra era inseparable de las
vidas, costumbres y cultura de estas gentes, por lo que debió ser un trauma
verse despojados de las mismas. La revista turística de Victoria afirmaba que
aún se podía descubrir la historia de los Songhees. La visita a estos lugares
ayudaba a conocer su cultura y hospitalidad. Una de las opciones era seguir los
siete signos de Lekwengen, siete tallas songhees que marcaban otros tantos
hitos de significado cultural. O el Unity wall at Breakwater, un mural
que narraba la historia del primer contacto de estos pueblos con los europeos y
el puente trazado con sus culturas.
En la actualidad, el buen clima
había atraído a gente de la tercera edad. Los estadounidenses se refugiaban en
Florida durante el invierno y los canadienses en la isla de Vancouver. El
equipo de remo de Canadá se trasladaba a estas tierras para continuar su
entrenamiento cuando la climatología lo impedía, ya que una parte importante de
las aguas del país se congelaban. Kim comentaba jocosamente que habían reducido
el límite de velocidad en las localidades para evitar más atropellos de
ancianos.
La isla era bastante grande, 31.285
km2, la más grande del Pacífico. Su longitud era de 460 kilómetros y su anchura
de 80 kilómetros. Alcanzar su punto más septentrional suponía una decena de
horas de conducción. Durante la primera jornada de navegación del crucero a
Alaska mantuvimos su costa oriental a nuestra izquierda. Su población alcanzaba
los 750.000 habitantes.
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