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Viaje a Alaska y Canadá 6. Vancouver, un idilio a primera vista.



La ciudad nos cautivó desde el primer momento. Incluso, la primera noche, cansados, con el jet lag causando dolor de cabeza, con una iluminación muy tenue por las medidas de ahorro energético. La noche era envolvente, acariciante, con sabor a bienvenida.

Desde el tren que tomamos en el aeropuerto contemplamos la luna llena, sensual, plena, con tintes de buen augurio, que nos reconcilió con el mundo.  Pasaban las estampas marinas, las estaciones, los retazos de los alrededores y la luna se afianzaba en el horizonte para recordarnos su apoyo. Quizá nos ayudó a arrastrar nuestras pesadas maletas por las calles de Yaletown, una zona de restaurantes, teatros y gente guapa con ánimo de ocio. A pesar de la empanada mental cocinada con el cambio de hora, el cansancio y un poco de mala leche.

Cuando salimos a la calle, poco después de las 7 de la mañana para desayunar, nos encontramos en una cuadrícula de calles muy cartesiana, tranquila tras el ajetreo de la noche, que se acoplaba muy bien a nuestro ritmo calmado. Todos nos habíamos desvelado sobre las 5 de la madrugada y habíamos iniciado un purgatorio de vueltas en la cama buscando reconciliarnos con el sueño.



El día era soleado y la mañana fresca (unos 18º C). En Madrid, las temperaturas habían sido inusualmente altas durante demasiado tiempo y esperábamos una tregua en esta ciudad.

Las calles paralelas de Granville, Howe, Seymour, Hornby o Bernard, eran muy atractivas. Formaban parte del Downtown, que podríamos traducir como centro de la ciudad, aunque el viajero debe ser consciente de que en Vancouver, como en otras ciudades del norte de América, no hay un centro urbano como tal, como lo entendemos en España o en Europa. El Downtown era un cúmulo de rascacielos atractivos, de acero y cristal la mayoría. Sin embargo, siempre me han gustado los de generaciones anteriores a la Segunda Guerra Mundial, donde aún predominaba el ladrillo y la piedra, los adornos de estuco, el interés por lo decorativo. Unos y otros interactuaban. Los de cristal se vestían de otros edificios, dibujaban en sus rostros luminosos los perfiles de los alumbrados por sus abuelos, coronados de pirámides verdes, recubiertos de figuras mitológicas, de trabajos de artesanos en las alturas.

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