La ciudad nos cautivó desde el
primer momento. Incluso, la primera noche, cansados, con el jet lag causando
dolor de cabeza, con una iluminación muy tenue por las medidas de ahorro
energético. La noche era envolvente, acariciante, con sabor a bienvenida.
Desde el tren que tomamos en el
aeropuerto contemplamos la luna llena, sensual, plena, con tintes de buen
augurio, que nos reconcilió con el mundo.
Pasaban las estampas marinas, las estaciones, los retazos de los
alrededores y la luna se afianzaba en el horizonte para recordarnos su apoyo. Quizá
nos ayudó a arrastrar nuestras pesadas maletas por las calles de Yaletown, una
zona de restaurantes, teatros y gente guapa con ánimo de ocio. A pesar de la
empanada mental cocinada con el cambio de hora, el cansancio y un poco de mala
leche.
Cuando salimos a la calle, poco
después de las 7 de la mañana para desayunar, nos encontramos en una cuadrícula
de calles muy cartesiana, tranquila tras el ajetreo de la noche, que se acoplaba
muy bien a nuestro ritmo calmado. Todos nos habíamos desvelado sobre las 5 de
la madrugada y habíamos iniciado un purgatorio de vueltas en la cama buscando reconciliarnos
con el sueño.
El día era soleado y la mañana
fresca (unos 18º C). En Madrid, las temperaturas habían sido inusualmente altas
durante demasiado tiempo y esperábamos una tregua en esta ciudad.
Las calles paralelas de
Granville, Howe, Seymour, Hornby o Bernard, eran muy atractivas. Formaban parte
del Downtown, que podríamos traducir como centro de la ciudad, aunque el
viajero debe ser consciente de que en Vancouver, como en otras ciudades del
norte de América, no hay un centro urbano como tal, como lo entendemos en
España o en Europa. El Downtown era un cúmulo de rascacielos atractivos,
de acero y cristal la mayoría. Sin embargo, siempre me han gustado los de
generaciones anteriores a la Segunda Guerra Mundial, donde aún predominaba el
ladrillo y la piedra, los adornos de estuco, el interés por lo decorativo. Unos
y otros interactuaban. Los de cristal se vestían de otros edificios, dibujaban
en sus rostros luminosos los perfiles de los alumbrados por sus abuelos,
coronados de pirámides verdes, recubiertos de figuras mitológicas, de trabajos
de artesanos en las alturas.
0 comments:
Publicar un comentario