Preparar un viaje tiene el
premio de empezar a gozar de lo que espera en destino. Ayuda a modelar tu
percepción, a resetear tu mente para que sea capaz de absorber un nuevo mundo.
Sin embargo, considero que un exceso de información previa puede ser
perjudicial ya que mediatiza la forma de enfrentarse a esa realidad.
En esta ocasión me había
implicado bastante poco en la organización, que había corrido por cuenta de mis
compañeros y amigos, Javier, José Ramón y Jesús. Con Jesús era la primera vez
que viajaba. Fue mi compañero de habitación. Me había incorporado al proyecto
cuando ya estaba bastante avanzado y me había relajado con las buenas gestiones
de todos. No había peligro de que se escapara algún destino importante como consecuencia
de falta de preparación previa.
En la cafetería de Barajas, con
la facturación realizada, desplegaron un mapa y fueron trazando el itinerario
sobre el mismo, destacando los lugares más emblemáticos y ajustando a lo más
viable. Yo tomaba nota mentalmente para luego trasladar esa información a mis
notas y no ser un paquete durante los recorridos. No quería cifrar todo a la
eficacia de mis compañeros. Quería transfigurarme en un viajero preparado.
Sin esa preparación previa
sentía que me había perdido una parte del entusiasmo que sí había vivido en
otras ocasiones.
Lo primero era completar un
pequeño panorama del país que nos iba a acoger durante aquel mes de agosto.
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