Hacia el oeste quedaba la
Universidad de British Columbia con su excelente Museo Antropológico, que
quedará para una futura visita.
El alto nivel de vida de la zona
(y de la ciudad, en general) se manifestaba en casas lujosas con altas tapias y
poderosos jardines. Las ocupaban diplomáticos y gente adinerada. Más adelante,
descendía el lujo hasta una zona de adosados de muy buena pinta.
La diversidad y la tolerancia se
ejemplificaban en un tramo en que divisamos una mezquita, un centro de
educación islámica y un templo sikh. Los miembros de esta singular
religión de la India estaban bien representados en todos los lugares
canadienses que visitamos. Era la denominada Carretera del Paraíso (la 5) que
contaba con unos veinte lugares de culto de diferentes credos en una distancia
de dos mil metros.
Para completar esa visión de
diversidad, asomaron en los campos un grupo de campesinos cubiertos con
sombreros cónicos, los propios de los labradores del sudeste asiático. La zona
de Delta era rural, llana, de extensos campos de maíz, patatas y otros
cultivos. Sus pobladores originarios, antes de la llegada de los europeos, fueron
los tsawwassen.
Llegamos al muelle de British
Columbia Ferris, una compañía mixta con capital público y privado que daba
servicio al transporte hacia la isla de Vancouver y a la capital de la
provincia, Victoria. La espera de media hora para el embarque la dedicamos a
estirar las piernas, ir al aseo y tomar un café en el ajetreado centro
comercial de la terminal.
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