Tomamos Granville Street,
cruzamos la isla del mismo nombre por un puente art déco con el escudo
de armas de Vancouver en el centro y nos dirigimos dirección sur por unos
barrios que hubiera sido difícil que hubiéramos visitado al llevar muy ajustado
nuestro itinerario. Eran barrios esencialmente residenciales. El favorito de
nuestra conductora era Kitsilano, que tomaba su nombre de un jefe aborigen. Era
un barrio animado, con buenas tiendas y restaurantes. En Wikipedia
destacaban su enorme piscina de agua salada y sus vistas sobre las montañas. Al
oeste estaba Spanish Banks Beach, reminiscencia española. Sin embargo, lo que
me llamó la atención fue una historia sobre el ilegitimo desplazamiento de sus
pobladores indígenas ocurrido a principios del siglo XX.
Una reforma de la Ley India de
1911 permitía arrebatar sin consentimiento las tierras de una reserva
colindante o parcial o totalmente dentro de una ciudad o población con más de ocho
mil habitantes. Se exigía la recomendación del Superintendente General y que
fuera en interés público. Tanto el Gobierno Provincial como el Federal se
pusieron manos a la obra ya que las reservas iban contra el progreso, el
crecimiento de las ciudades y las posibilidades de atraer negocio.
Los squamish cedieron sus
tierras en 1946 y parte de la tierra expropiada fue utilizada por la Canadian
Pacific Railway. La intentaron vender en la década de 1980, a pesar del
compromiso que existía de devolver el control de las tierras a sus propietarios
indígenas. El asunto acabó en los tribunales, que dieron la razón a los squamish,
que fueron recolocados, igual que la nación musqueam, en la zona.
La verdad es que vi con otros
ojos aquel hermoso barrio.
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