Tomamos un taxi y nos dirigimos
directamente al restaurante Rodney’s Oyster House, que habían aconsejado a mis
compañeros de viaje. El vehículo se metió por Nelson Street y pudimos
contemplar un barrio de casas de bastante nivel, esas que te gustaría disfrutar
si te destinaran un tiempo a Vancouver. Debían ser bastante caras.
El restaurante estaba en
Hamilton Street, una calle repleta de restaurantes con muy buena pinta. Estaba
en ebullición. Era viernes y se iniciaba el fin de semana. Como nos dijeron que teníamos que esperar tres
cuartos de hora y estábamos a un paso del hotel optamos por ir hacia él,
compramos lo necesario para el desayuno, dejamos nuestros trastos y nos
relajamos un rato.
En el restaurante la
especialidad eran las ostras empanadas. Pedimos también un poutine de
langosta, una forma muy canadiense de preparar algunos platos a base de patatas
a la francesa y queso. La langosta era testimonial, desmigada. Las gambas al
curry con arroz y un salmón dulce, que nos decepcionó, completaron la comanda. Con
cuatro cervezas.
El ambiente era impresionante,
como impresionantes eran las jóvenes que cenaban en el local. Había mayoría de
mujeres. Sin duda, éramos los mayores entre la clientela. Eso no impidió que
nos miraran con bastante atención. Mejor no indagar mucho sobre nuestro
atractivo.
A las diez y media estábamos en
el hotel. Estábamos reventados.
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