Continuamos por el Seawall
en su cara norte. Admiramos los barrios norte y oeste de Vancouver. Se
perfilaba el puente Lion’s Gate que comunicaba el Downtown con esos
barrios al otro lado de la ensenada.
José Ramón, Javier y Jesús, como
buenos entendidos en botánica, se entretenían debatiendo sobre el tipo de
árboles y arbustos. Yo entiendo poco, por lo que busqué referencias y supe que
las coníferas más abundantes eran el abeto de Douglas, los cedros rojos (la
tuya gigante), la tsuga y la picea. También debía haber arces y arces
europeos, que se diferencian por las hojas. Las de los arces canadienses aparecían
en la bandera canadiense.
La otra distracción eran las
aves, algunas más confiadas que otras, unas nadando sobre la superficie del mar,
otras pescando o volando en la plácida tarde. Alguna ardilla se deslizó ante
nuestra vista. Ni rastro de coyotes u otros mamíferos.
La sirenita que observábamos
sobre una roca, y que era realmente una chica con traje de buceo, simbolizaba
la dependencia del mar. Me entretuve haciendo fotos y jugando con su posición
para que protagonizara algunas imágenes con el paisaje urbano de fondo.
Desde el puente el flujo de
gente decrecía considerablemente. Aún había ciclistas, pocos caminantes. El sol
iniciaba su descenso y alumbraba a los cruceros en formación que se iban
perdiendo en el horizonte. Apareció Siwash Rock, una peña aislada cerca de los
acantilados que coronaba un solitario árbol. Desprendía soledad y melancolía.
English Bay, al oeste de la
península, formaba varias playas estrechas y alargadas que reunían a la
población local deseosa de poner sus cuerpos al sol y disfrutar del buen tiempo.
Second y Third Beach eran muy populares. Más allá aparecían nuevamente los
rascacielos, la ciudad moderna. Nos quedamos observando ese contraste.
El atardecer diluyó las tintas
del cielo.
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