La otra cara de la moneda la
ofrecía la pobreza y la droga. La marginalidad era soberana en el distrito de
Downtown Eastside, entre Gastown y Chinatown. Todos los que nos hablaron de
Vancouver nos advirtieron para que lleváramos mucho cuidado en esta zona, que
la evitáramos y mucho más al atardecer o por la noche, cuando el peligro crecía
exponencialmente. Era el lado más oscuro de la ciudad.
Las calles Maine y Hastings eran
conocidas popularmente como Pain & Wasting, dolor y desolación. El
ambiente era sucio, cargado de negatividad, con drogadictos destrozados cubiertos
de andrajos, sufriendo el mono y con la mirada perdida, abandonados a su suerte,
que quizá fuera la delincuencia y una muerte temprana y violenta.
Algo parecido habíamos
contemplado en San Francisco cinco años atrás. De pronto, el brillo del sistema
se apagaba y daba paso a la derrota, a una exhibición de los que estaban al
margen del sistema de riqueza. Era como si la vida pudiera cambiar tan
rápidamente como se cruza una calle. Unas calles cargadas de historias de final
terrible.
Me pareció, igual que en aquella
ocasión, que esas gentes se permitían, se las agrupaba en focos de miseria, se
las dejaba a su suerte, en un guetto, sin que la riqueza general quisiera apartar
una parte de su dinero para hacerse cargo de los que no habían tenido suerte.
Quizá ellos mismos eran los que se negaban a recibir ayuda, a refugiarse en
alguna institución donde pudieran ser rehabilitados. Era una obligación de la
sociedad: recuperarlos. Me imagino que con la llegada del invierno muchos de
ellos contraerían enfermedades graves o serían víctimas del frío.
Rehabilitar la zona pasaba por
rehabilitar esas vidas, recuperar esas historias anónimas, buscar las causas y
aplicar soluciones. Era una obligación de la comunidad, incluso de los que
éramos visitantes por un instante. Algunos voluntarios -no sé si responderían a
ese concepto como tales- asistían a los marginados, les daban alimentos,
charlaban con ellos, quizá les infundían algo de esperanza. Eran ajenos al
peligro. Eran la cara solidaria, aunque limitada.
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