En las postrimerías del siglo XVI,
el intrépido marino griego Ioannis Apostolos Fokás, más conocido como Juan de
Fuca, al servicio de la Corona de Castilla, se embarcó con el objetivo de
encontrar el entonces denominado estrecho de Anián, y que hoy conocemos como Paso
del Noroeste. Era un navegante experimentado que había participado en la
batalla de Lepanto y había sido apresado por el corsario inglés Francis Drake,
quien le liberó tras setenta días de cautiverio.
Por aquel entonces, los
españoles habían sometido a los dos grandes imperios de América, los aztecas y
los incas, pero seguían desconociendo una parte importante de los territorios
que les correspondían por derecho de conquista y habían emprendido múltiples
expediciones para explorarlos y ganar riqueza y fama. Quizá esos dos factores
fueron los que impulsaron a Juan de Fuca a embarcarse hacia aguas salvajes y
peligrosas que demostrarían su arrojo y el de su tripulación. Se le había
prometido una recompensa de 60.000 ducados de oro si descubría el mítico paso,
que aún permanecería envuelto en leyendas durante muchas décadas (hasta 1906,
con Roald Amundsen). Esa era la cantidad que se había apropiado el pirata
inglés Thomas Cavendish en 1577 al asaltar el Galeón de Manila que comandaba
nuestro héroe.
No tuvo suerte en su primer
viaje. Sí que encontró el Paso en el segundo, pero el invierno le sorprendió y
tuvo que regresar, lo que puso en duda su descubrimiento y le impidió cobrar la
recompensa. Su secreto fue revelado a un súbdito inglés en Venecia, no sabemos
si de forma consciente. Ante la profusión de detalles geográficos, aquel inglés
puso en antecedentes a su gobierno, muy interesado en ese paso hacia Asia
alejado de las posesiones españolas. Oriente seguía siendo el objetivo
definitivo por sus inmensas riquezas.
Las grandes exploraciones se
suspendieron a principios del siglo XVII y no se reanudarían hasta el reinado
de Carlos III en el último tercio del siglo XVIII, con las expediciones de Juan
Pérez, Bodega y Quadra o Malaspina, entre otros, que, acuciados por los deseos
expansionistas de Rusia, manifestados por los espías de San Petersburgo, se
lanzaron a explorar, catalogar, cartografiar y tomar posesión de las costas del
norte de Estados Unidos, Canadá y Alaska. En ellas dejaron un puñado de
topónimos antes de renunciar a las pretensiones españolas en la zona en 1795
presionados por Gran Bretaña.
Con aquellos viajes intrépidos
en la cabeza iniciamos el nuestro con la idea de una moderna y cómoda
exploración de aquellos territorios.
Interesante. Con ganas de más...
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