Desde lo alto de la torre abarcábamos
la ciudad y sus alrededores, las lagunas del Parque Natural da Ría Fermosa, las
marismas, las barcas mecidas por el viento en las aguas calmadas. Más allá, el
aeropuerto, puerta de entrada al Algarve para muchos turistas. El tráfico aéreo
era intenso.
Visitamos la capilla de San
Miguel, con una buena talla del santo, y la de los Huesos, bastante macabra al
haber utilizado huesos humanos.
Nos dejamos llevar por el
trazado de las calles, sin rumbo, según nuestra intuición. Nos gustaron las
calles tranquilas. Hacía un calor tremendo.
En una de aquellas plazas el restaurante
Taberna Modesto nos atrajo, ocupado por gente local, lo que nos dio buena
impresión. Los platos que sacaban tenían buena pinta y desplegaban un aroma
cautivador. Era aún pronto, pero el calor terminó por convencernos y nos
sentamos. Pedimos una de las especialidades de la casa y de la zona: la cataplana
de marisco. Las preparaban también de pescado, mixtas y con otras aportaciones.
La cataplana era una caldereta que se cocía en una salsa tipo marinera.
La que pedimos llevaba buey de mar, langostinos, cigalas, almejas, chirlas,
berberechos, mejillones... en cantidades enormes. De acompañamiento, patatas fritas.
No pudimos terminarla. Su precio, 45 euros, nos pareció barato.
Para bajar lo que nos habíamos
comido dimos un paseo por la zona comercial, similar a la de Lagos. Abundaban
las tiendas, los bares, los restaurantes. La animación estaba adormecida. El
calor no perdonaba.
Nos quedamos sin ver la iglesia
do Carmo y la de San Pedro. Y los museos, el Municipal y el Regional. Motivo
adicional para regresar con más tiempo.
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