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Descubriendo Portugal 178. Faro, la capital acogedora. La catedral.


 

Aparcamos junto a la Doca de Recreio, el puerto deportivo. Los barcos allí amarrados eran de bastante buen nivel. Estábamos en zona de aparcamiento controlado pero el parquímetro estaba estropeado, según nos informaron dos mujeres policías que estaban impresionantes.

Antes de iniciar nuestro periplo por Faro nos sentamos a tomar una coca cola en una terraza junto al jardín Manuel Bivar. Después entramos en la oficina de información y una empleada algo seria, aunque eficiente, nos entregó un plano y trazó los habituales circulitos con boli sobre las principales atracciones. Largo do Carmo quedaba un tanto alejado. El resto se concentraba esencialmente en el casco antiguo, rodeado por la muralla, Vila-a-Dentro.



Entramos al recinto amurallado por Porta da Vila, que mandó construir el obispo Francisco Gomes do Avelar en sustitución de una de las puertas de la muralla. Con su campanario, reloj y nidos de cigüeña parecía una iglesia.

Lo que contemplábamos era esencialmente de fecha posterior al terremoto de 1755, que destruyó la ciudad. Antes había sufrido el saqueo del conde de Essex en 1597 y otro terremoto en 1722. Los edificios neoclásicos eran elegantes.

Aquí estuvo la Ossónoba romana, la Hárune musulmana, con su recinto amurallado. La conquistó Afonso III en 1249 y reforzó sus defensas. En 1269 otorgó fuero a los moros, según pudimos comprobar en unos paneles de azulejos en torno a la muralla.



En largo da Sé se alzaban la catedral, el Palacio Episcopal y el Seminario. Desde 1577 Faro era la sede de la diócesis del Algarve, en detrimento de Silves. La catedral ocupaba el lugar de un templo romano, una catedral visigoda y una mezquita.

Era una mezcla de estilos. Terminada en 1251 en estilo románico-gótico, de este estilo conservaba la torre-pórtico. En el interior, lo más destacado eran las capillas de la cabecera. Los retablos eran barrocos, recargados de dorado. Nos gustaron los azulejos, especialmente los de la capilla de San Francisco de Paula, o de las reliquias, con escenas de la vida del santo.



El complemento perfecto fue un coro que llenaba de alegría el interior de la iglesia. Nos quedamos un rato escuchando sus ensayos. Nos gustaban estas sorpresas, estos regalos que daban color a los monumentos.

Subimos al coro. Desde allí contemplamos todo el templo y el órgano construido en 1701 en Hamburgo e instalado en 1716. La riqueza de la ciudad y de sus eclesiásticos lo permitía. La caja, en tonos rojos, estaba decorada con motivos orientales.

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