Aparcamos junto a la Doca de Recreio,
el puerto deportivo. Los barcos allí amarrados eran de bastante buen nivel. Estábamos
en zona de aparcamiento controlado pero el parquímetro estaba estropeado, según
nos informaron dos mujeres policías que estaban impresionantes.
Antes de iniciar nuestro periplo
por Faro nos sentamos a tomar una coca cola en una terraza junto al jardín
Manuel Bivar. Después entramos en la oficina de información y una empleada algo
seria, aunque eficiente, nos entregó un plano y trazó los habituales circulitos
con boli sobre las principales atracciones. Largo do Carmo quedaba un
tanto alejado. El resto se concentraba esencialmente en el casco antiguo,
rodeado por la muralla, Vila-a-Dentro.
Entramos al recinto amurallado
por Porta da Vila, que mandó construir el obispo Francisco Gomes do Avelar en
sustitución de una de las puertas de la muralla. Con su campanario, reloj y
nidos de cigüeña parecía una iglesia.
Lo que contemplábamos era esencialmente
de fecha posterior al terremoto de 1755, que destruyó la ciudad. Antes había
sufrido el saqueo del conde de Essex en 1597 y otro terremoto en 1722. Los
edificios neoclásicos eran elegantes.
Aquí estuvo la Ossónoba romana,
la Hárune musulmana, con su recinto amurallado. La conquistó Afonso III en 1249
y reforzó sus defensas. En 1269 otorgó fuero a los moros, según pudimos
comprobar en unos paneles de azulejos en torno a la muralla.
En largo da Sé se alzaban
la catedral, el Palacio Episcopal y el Seminario. Desde 1577 Faro era la sede
de la diócesis del Algarve, en detrimento de Silves. La catedral ocupaba el
lugar de un templo romano, una catedral visigoda y una mezquita.
Era una mezcla de estilos.
Terminada en 1251 en estilo románico-gótico, de este estilo conservaba la torre-pórtico.
En el interior, lo más destacado eran las capillas de la cabecera. Los retablos
eran barrocos, recargados de dorado. Nos gustaron los azulejos, especialmente
los de la capilla de San Francisco de Paula, o de las reliquias, con escenas de
la vida del santo.
El complemento perfecto fue un
coro que llenaba de alegría el interior de la iglesia. Nos quedamos un rato
escuchando sus ensayos. Nos gustaban estas sorpresas, estos regalos que daban
color a los monumentos.
Subimos al coro. Desde allí contemplamos
todo el templo y el órgano construido en 1701 en Hamburgo e instalado en 1716. La
riqueza de la ciudad y de sus eclesiásticos lo permitía. La caja, en tonos
rojos, estaba decorada con motivos orientales.
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