Tristeza y nostalgia: fue lo que
sintieron nuestros corazones al prepararnos para nuestro último día en
Portugal. Por eso el saludo de la dueña del hotel al entrar en el desayunador
nos sacó de esa oscuridad de espíritu: “¡Bon día, hermanos españoles!”. Es
cierto, somos hermanos y como todos los hermanos nos peleamos, pero al final
nos reconciliamos y vale más el vínculo que todo lo demás.
No tuvimos demasiada
consideración con el equipaje. Sólo se componía de ropa sucia y alguna prenda
que aún le dimos uso en esa jornada y en la última, hacia el oriente hoy y
mañana hacia el nordeste.
El coche ya debería ir sólo por
estas carreteras. Una vez más bajamos hacia Aljezur, admiramos su castillo y el
caserío blanco iluminado por el sol de la mañana, antes de que fuera casi
hiriente para la vista.
Pasamos Alfambras, atravesamos
la Serra do Espinhaço de Cão por la N120, fuimos devorados por el bosque denso
y ondulante. El sol precisaba todo con su tacto, la mirada se desplegaba un
instante sin despistarse del volante o del navegador. Íbamos en silencio, la
radio con alguna música que nos era conocida, algún comentario breve. Nos perdimos
en nuestros pensamientos.
El día anterior nos aconsejaron
visitar Bensafrim, que solo rozamos con nuestra presencia. Quizá fuera otro
pueblo hermoso y tranquilo. Nuestra ruta no daba para verlo todo. Sería absurdo
intentar atiborrarse para no disfrutar de nada.
Podríamos haber tomado la A 22 y
llegar antes a Faro por la autovía. Sin embargo, le propuse a Jose ir por la
nacional N125, más cercana a la costa, de doble sentido, con alguna travesía e
infinitas rotondas que distribuían el tráfico. Era la forma de empaparnos del
paisaje, más urbano que de la zona que veníamos. Apenas había sitio para que se
extendieran los bosques y los campos. Los terrenos estaban cubiertos de villas,
de urbanizaciones. No había edificios altos. Abundaban los concesionarios de
coches, lo que nos llamó la atención. Nos recordaba mucho al Levante español,
aunque aún no habían llegado al grado de destrozo del paisaje de nuestros
paisanos. El avance fue lento. Supuso media hora más de duración. Reconozco que
se hizo un poco pesado el último tramo.
Antes de entrar en la ciudad
visitamos un centro comercial e hicimos acopio de buenos vinos portugueses para
regalar a la familia.
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