Aparcamos el coche junto a la
muralla en la parte alta. A esa hora las calles estaban vacías. Los
restaurantes estaban llenos y nos pusimos manos a la obra para obtener una mesa
en un lugar en que no nos muriéramos de calor. La conseguimos en una placita
encajada que acogía varios restaurantes. El camarero comentó que todos los
españoles se habían trasladado a Portugal y no le faltaba razón. Comimos una
pasta con marisco que estaba deliciosa. Por supuesto, con dos cervezas.
Las calles peatonales por las
que bajamos desde la muralla hasta el canal del río Bensafim eran hermosas, con
cierto toque andaluz y trazado árabe. Las fachadas eran de colores suaves.
Algo había cambiado respecto a
nuestra zona de Rogil y Aljezur. Esta zona era más cosmopolita, aunque también
más masificada, sin llegar a los extremos del levante español. Abundaba el
turista británico y alemán de sol y playa por el día y comida y bebida barata
por la noche. Las playas eran lo suficientemente grandes para que no hubiera
aglomeraciones.
Entramos a la oficina de turismo
para conseguir un plano y unas indicaciones sobre lo más importante. Mientras
esperábamos observamos las fotos de los muros y los folletos. El pueblo y sus
alrededores eran merecedores de una visita larga y en profundidad.
Bajamos hasta el río y
contemplamos los barcos. No tratamos de localizar los antiguos astilleros en
donde construyeron las carabelas del pasado.
Caminábamos por el lugar en que fenicios y griegos comerciaron con las
poblaciones locales, por la Lacóbriga romana. También por el lugar que vio
partir a la expedición de Gil Eanes, que era de Lagos, en 1434, y que consiguió
doblar el cabo Bojador, el límite al que habían llegado muchas expediciones sin
retorno. Él supo saltar el obstáculo.
La villa sufrió también a Drake
y el terremoto de 1755. La reconstrucción se realizó en estilo barroco. La joya
más exuberante de la ciudad era la iglesia de San Antonio. Era tan espectacular
como recargada. La luz entraba con cierta timidez. Los milagros del santo, los
hermosos azulejos y los dorados angelotes captaban la atención del visitante.
Para Saramago, “en la iglesia de San Antonio de Lagos los maestros entalladores
perdieron la cabeza: aquí está todo cuanto inventó el barroco… Si no fuera por
la edificante serie de paneles sobre la vida de San Antonio, atribuidos al
pintor Rasquinha, setecentista, de Loulé, podrían manifestarse serias dudas
sobre los méritos de las oraciones dichas en este lugar, con tantas solicitudes
alrededor, y mundanas las más de ellas”.
La misma entrada permitía
visitar el museo Municipal, contiguo a la iglesia. Había de todo un poco, como
en una almoneda. Carezco de notas propias y nuevamente me asomo al libro de
Saramago. Él destacaba la sección de arte ibérico y la parte etnográfica y de
artesanías.
0 comments:
Publicar un comentario