En el lugar debió estar la Escuela
de Navegación de Sagres. Algunos niegan su existencia al no haber evidencias
arqueológicas ni documentales sobre ella. Parece evidente que aquí se reunieron
sabios, maestros y aprendices, marinos experimentados, donde se tomaron
decisiones para las conquistas y los descubrimientos. Que aquel talento y
material humano se organizara de una u otra forma nos resultaba indiferente. El
significado del lugar era más poderoso.
Caminamos hacia el faro. Según
leímos, la fortaleza sufrió las iras de Drake en 1587 en el marco del conflicto
entre el Imperio Español, al que se había incorporado en 1580 Portugal, e
Inglaterra. El maremoto generado por el terremoto de Lisboa de 1755 había causado
su ruina definitiva. En el siglo pasado acometieron trabajos para intentar
recuperar sus estructuras pasadas. Las del lado izquierdo se reconstruyeron
conforme a una imagen del ataque de Drake que se conservaba en la Biblioteca
del Museo Británico.
Fuimos recorriendo el perímetro
admirando el mar, el cabo de San Vicente en la bruma, los paredones verticales
de los acantilados, la flora que luchaba por mantenerse firme en sus huecos,
las obras de defensa. Entramos en la capilla de Nuestra Señora de la Gloria,
sencilla y acogedora. Observamos la enorme rosa de los vientos que había sido
descubierta por casualidad en 1921.
En un pabellón nuevo ofrecían
una exposición.
El fuerte de Beliche formaba
parte del sistema defensivo de la costa. Estaba a medio camino de Sagres y San
Vicente. Era otro buen mirador sobre los cabos pétreos. Entramos y contemplamos
una exposición sin demasiado interés.
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