Un enfurecido viento nos recibió
en Sagres. Adquirió protagonismo con su violencia que, en algunos tramos,
obstaculizaba nuestro avance. Jose había acertado al ponerse el jersey. Muchos
otros, entre los que me encontraba, lo echamos de menos.
Aparcamos el coche algo alejado.
El aparcamiento estaba bastante concurrido, quizá porque la mañana no había
despertado clara, aunque el sol pegaba con fuerza. Antes de entrar en la
fortaleza nos acercamos a los acantilados. La dureza del paisaje en la tierra
contrastaba con la belleza del mar. Terminaba el mundo conocido para abrirse el
océano y lo misterioso y desconocido, el ámbito de las leyendas. El mar estaba
claro y plácido (por poco tiempo), rizado por el viento, matizado en una gama
de colores que atraían la vista. Allí nos quedamos para deleitarnos con esa
estampa salvaje.
El promontorio se introducía en
el mar y dividía los ámbitos de la seguridad y la incertidumbre. Quienes
navegaban desde el Mediterráneo hacia el norte de Europa o se aventuraban hacia
África solían realizar una parada en estas ensenadas para buscar protección
cuando las condiciones atmosféricas eran adversas. Por eso, siglos antes de
nuestra era, el lugar fue considerado sagrado, el Promontorium Sacrum,
lugar de menhires y de construcciones megalíticas. Aquí se rendía culto a
Saturno o Hércules, vinculados con la navegación.
Esperamos nuestro turno para
entrar y observamos los baluartes de color crema suave, quizá poco bélicos. No
se alzaban mucho sobre el suelo, como buscando integrarse con la roca poderosa.
Para la defensa del resto de la fortificación bastaban los acantilados.
Aunque el rey Eduardo I concedió
privilegios a los venecianos en 1434, fue Enrique el Navegante quien promovió
la fortaleza en base a la donación del regente don Pedro en 1443. Años después
se desplazó aquí y aquí murió en 1460. Aunque no tuvo corona, su poder fue
enorme y su influencia decisiva, como destaca Pessoa en Mensaje:
En su trono, entre el
brillo de las esferas,
con su manto de noche y
soledad,
tiene a sus pies el mar
nuevo y las muertas eras:
el único emperador que
tiene, de veras,
el globo del mundo en
potestad.
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