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Descubriendo Portugal 165. La fortaleza de Sagres I.


 

Un enfurecido viento nos recibió en Sagres. Adquirió protagonismo con su violencia que, en algunos tramos, obstaculizaba nuestro avance. Jose había acertado al ponerse el jersey. Muchos otros, entre los que me encontraba, lo echamos de menos.

Aparcamos el coche algo alejado. El aparcamiento estaba bastante concurrido, quizá porque la mañana no había despertado clara, aunque el sol pegaba con fuerza. Antes de entrar en la fortaleza nos acercamos a los acantilados. La dureza del paisaje en la tierra contrastaba con la belleza del mar. Terminaba el mundo conocido para abrirse el océano y lo misterioso y desconocido, el ámbito de las leyendas. El mar estaba claro y plácido (por poco tiempo), rizado por el viento, matizado en una gama de colores que atraían la vista. Allí nos quedamos para deleitarnos con esa estampa salvaje.



El promontorio se introducía en el mar y dividía los ámbitos de la seguridad y la incertidumbre. Quienes navegaban desde el Mediterráneo hacia el norte de Europa o se aventuraban hacia África solían realizar una parada en estas ensenadas para buscar protección cuando las condiciones atmosféricas eran adversas. Por eso, siglos antes de nuestra era, el lugar fue considerado sagrado, el Promontorium Sacrum, lugar de menhires y de construcciones megalíticas. Aquí se rendía culto a Saturno o Hércules, vinculados con la navegación.

Esperamos nuestro turno para entrar y observamos los baluartes de color crema suave, quizá poco bélicos. No se alzaban mucho sobre el suelo, como buscando integrarse con la roca poderosa. Para la defensa del resto de la fortificación bastaban los acantilados.



Aunque el rey Eduardo I concedió privilegios a los venecianos en 1434, fue Enrique el Navegante quien promovió la fortaleza en base a la donación del regente don Pedro en 1443. Años después se desplazó aquí y aquí murió en 1460. Aunque no tuvo corona, su poder fue enorme y su influencia decisiva, como destaca Pessoa en Mensaje:

En su trono, entre el brillo de las esferas,

con su manto de noche y soledad,

tiene a sus pies el mar nuevo y las muertas eras:

el único emperador que tiene, de veras,

el globo del mundo en potestad.

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