Somos personas diferentes
después de los rituales de la mañana. Suena el despertador, nos recuerda que
hay que salir de la cálida comodidad de la cama y agitar el cuerpo para
deshacerse de la somnolencia que ha conquistado nuestra mente mientras
dormíamos. La ducha incauta ese lastre, ese pasivo que nos ralentiza.
El sol entra con más timidez que
otros días. Hacen 15 grados. Jose, que se dispone a entrar en la ducha, informa
que alcanzaremos 25 grados. No vamos a pasar frío, sin duda. El cielo permanece
cubierto por una nube oscura y amenazadora. Salvo que disponga de otros aliados,
está condenada al fracaso.
La estancia situada a la derecha
de la entada, que el día anterior por la tarde era utilizada como acogedora
sala de estar, se había transformado en un desayunador muy cool: música
relajante tipo ibicenco, decoración sofisticada y gente guapa. El buffet era
variado y distinguido. El aroma del pan y la bollería impregnaba suavemente el
ambiente. Por algo la dueña era también la propietaria de la
panadería-confitería al otro lado de la calle. Todo un regalo para los
sentidos. Nos dejamos llevar por los alimentos en un desayuno casi épico.
La zona occidental del Algarve,
al sur del Alentejo (Rogil y Aljezur estaban muy cerca de esa región) era muy
diferente a la zona sur, la de Lagos, Faro o Portimao, con grandes complejos
turísticos, la de los extranjeros que venían a comer y beber barato, a correrse
una juerga. Esta zona era más sostenible, ajena a las masas, aunque se
atascaran los aparcamientos de las playas. No era barata. Dos noches en nuestro
hotel habían costado 242 euros. No estaba al alcance de cualquiera en el país.
Por eso, en el desayuno se exhibía buen poder adquisitivo de los locales. La
oferta era limitada. Los inmuebles que estaban a la venta en las inmobiliarias
parecían destinados a adinerados foráneos.
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