Los indicadores incitaban a
varios destinos interesantes. Jose había propuesto ir a Santiago de Cacém,
cerca de Sines, con un poderoso castillo que perteneció a la Orden de Santiago.
Antes había pertenecido a los Templarios, quienes lo conquistaron en 1157,
aunque hubo que esperar a 1217 para la conquista definitiva por Alfonso II. El
castillo era enorme y alargado, sobre una colina que dominaba el pueblo.
Atravesamos la población de casas blancas y muy buen aspecto y trepamos hasta
las inmediaciones de los muros.
Junto al castillo dormitaba la
iglesia Matriz, dedicada a Santa María, de los siglos XIII y XIV. La fachada
blanca de ribetes amarillos era poco bélica. El interior era sencillo y lo más
llamativo eran los azulejos geométricos de la bóveda, el púlpito y algunos
retablos.
No fue fácil entrar en el
castillo. Fuimos bordeando las murallas por un camino encajado entre otro muro.
Al acceder al interior nos encontramos con un cementerio que ocupaba toda su
extensión. La construcción militar se había convertido en un lugar de paz.
Subimos a la parte alta y
contemplamos la dehesa, el campo, las casas concentradas o dispersas a la
sombra de los árboles, el mar al fondo, difuso y tranquilo, los molinos, una
alta antena. Era como si acabáramos de conquistar la plaza y nos dispusiéramos
a hacer inventario de nuestras nuevas posesiones y nos diéramos cuenta de su
inmensidad. Nuestra conquista había dejado como legado la calma. El tiempo se
había paralizado en aquel entorno.
No muy lejos, las ruinas romanas
de Miróbriga conservaban parte del foro, unas termas y un hipódromo. Nuestra
falta de planificación nos impidió disfrutarlas. No caigas en el mismo error.
No regresamos a la autopista o
la autovía y nos decantamos por las carreteras secundarias, con más sabor, más
integradas en el ambiente rural de campos de viñas o alcornoques desposeídos
del tesoro del corcho que dejaba un rastro rojo en sus troncos.
Porque puedes visitar Portugal a
través de sus ciudades y aún te quedaría completar el panorama con sus pueblos,
desviarte en las carreteras y buscar magníficas joyas aisladas que no
pertenecen a ninguna ruta al uso trazada para aprovechar el tiempo. Nadie
debería perderse ese Portugal deshabitado y oculto, el que fue vigoroso en otro
tiempo, el que perdió la gracia en una época y no volvió a conciliarse con ella.
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