La casa de Bocage estaba en un
barrio que hoy calificaríamos de marginal. No era peligroso, pero no lo
hubiéramos visitado de no ser por el ilustre poeta, polémico, controvertido,
genial, como afirmaba el folleto que nos entregaron. Fue contra los dictados de
su tiempo, en que se atisbaban los profundos cambios que se fueron consolidando
a lo largo del siglo XIX.
En la planta baja nos recordaron
su biografía contextualizada con los eventos históricos que le tocó vivir.
Alexandre Herculano destacaba su papel como “precursor de la nueva literatura
hecha para la plaza pública y no para los salones”. Un hombre culto al servicio
del pueblo. En la planta superior guardaban varios cuadros de amplio simbolismo
que nos explicó un señor mayor con el mayor de los cariños. Alguno de ellos
gozaba del mismo carácter irreverente de que hizo gala nuestro ilustre
escritor.
Nuestro guía nos mostró también
el legado del gran fotógrafo local Américo Ribeiro, que fue quien mejor retrató
a la ciudad y sus alrededores, como rezaba una placa. Sus fotografías en blanco
y negro estaban por todas partes, incluso en la recepción de nuestro hotel. Su
archivo estaba compuesto de 142.000 imágenes. Nos mostró algunas de las más
señeras y fuimos repasando los lugares alternando lo actual y lo antiguo. Nos enseñó
sus cámaras como el gran tesoro que eran. Un gran honor, que disfrutamos.
Al final, tuvimos que correr
para que no nos multaran por exceder el tiempo de aparcamiento. Aun paramos
para observar una antigua factoría romana de salazones que reposaba en los
sótanos de una tienda.
Tomamos un refresco en la
cafetería del hotel y nos subimos a la habitación a dormir una siesta tardía.
Nos la habíamos ganado.
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