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Descubriendo Portugal 153. Paseando por el centro histórico de Setúbal.


 

Si nos hubiéramos ido a descansar al hotel para evitar las horas más duras de la canícula hubiéramos perdido la tarde. Bien alimentados, la somnolencia nos atacó duramente, pero recordamos el espíritu legendario de los descubridores portugueses, y sus hazañas narradas por Camoens, y nos dirigimos a la ciudad.

Aparcamos en rua Tenente Valadim (hicimos una foto de la placa de la calle por si no nos acordábamos al regreso) pusimos en el parquímetro más monedas de las que consideramos necesarias (a la postre, escasas) y caminamos hasta la plaza de Bocage, con el ayuntamiento y la iglesia de São Julião. Las terrazas de los restaurantes estaban vacías. No había locos tan desesperados para ocuparlas. En el centro de la amplia plaza estaba Bocage:

Está en lo alto de aquella columna -escribió Saramago- vuelto hacia la iglesia de São Julião, y se estará preguntando a sí mismo, por qué lo han puesto allí, tan solo, él que fue hombre de bohemia, de versos improvisados en tabernas, de tumultuosos amores en casas de alquiler, de mucha pendencia y vino… Manuel María merecía una arrebatada furia, no esta romanización de museo, esta imitación de senador que va a predicar en el fórum sonetos de salutación. Al viajero le gustaría enterarse, cualquier día de estos, que Setúbal decidió colocar en esta plaza otra estatua menos de piedra, ya que de carne y hueso no puede ser.



La contigua iglesia de São Julião estaba cerrada. Nos acercamos a su pórtico manuelino y nos quedamos con las ganas de ver sus azulejos. Continuamos por una de las calles a su costado, peatonal y comercial, con atractivas tiendas cerradas. Nos gustó el arte urbano, callejero (sin insultar, por supuesto) de una abeja gigante encaramada a un balcón, un cierre con grafiti artístico, una plaza a San Marçal o una escultura de mujer sentada. Animaban al peatón a fijarse en los detalles, a hacer cariñoso el paseo. Contribuía la suave música ambiente. En una librería de viejo vendían las obras de Bocage y varios libros de historia de Portugal. En portugués. Nos preguntamos si los encontraríamos en español a nuestro regreso a Madrid.



Unos sencillos azulejos conmemoraban el 450 aniversario del paso por Setúbal de San Francisco Javier, jesuita español bautizado como Apóstol de las Indias, activo misionero en extremo Oriente y Japón. Era el patrón de la ciudad. Su escultura estaba cerca del muelle de los ferrys.

Las calles estrechas favorecían la sombra. Alcanzamos la catedral con sus dos torres, plazas recoletas, una iglesia reconvertida en la sede de la policía judiciaria.

En la parte alta estaba el mirador de San Sebastián con un acogedor emparrado y unos vistosos azulejos geométricos. Un par de señores mayores vagaban sin rumbo y una pareja se dedicaba arrumacos amorosos.

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