Junto a una de las torres se
alzaba la iglesia de Santa María, del siglo XII, probablemente edificada sobre
una mezquita. Había sufrido los desastres del terremoto de 1755 y no había sido
reconstruida. Gozaba del atractivo nostálgico de los edificios vencidos. La
sacristía había sido reutilizada para albergar el Gabinete de Estudios sobre la
Orden de Santiago.
Caminamos por los muros y
subimos a la torre del homenaje. Bajo la misma hubo una cisterna donde fue
encerrado el obispo de Évora, García de Meneses, del que nos da cuenta
Saramago. Parece que murió envenenado:
No
pudiendo don João II, contra quien había conspirado, hacerle lo mismo que hizo
al duque de Viseu, esto es, matarlo con sus propias manos, por ser el obispo
ungido del Señor, el veneno sería el medio más expeditivo de liquidar a aquel
que había sido la cabeza de la conspiración. Ocurrió esto en 1484, hace
quinientos años, y se asombra el viajero al ver lo deprisa que corre el tiempo,
que aún ayer estaba el obispo García de Meneses y hoy ya no está.
Al subir al trono en 1481 Juan
II tomó diversas medidas para frenar el poder de los nobles y concentrarlo en
la corona. Era la tendencia de la época. Eso provocó las conspiraciones contra
su persona y la reacción contra los rebeldes. Aquellas ejecuciones evitaron
nuevas conspiraciones.
La torre del homenaje se alzaba
32 metros. Parece que mandó su construcción el rey Dinís I a finales del siglo
XIII. Desde ella contemplamos todo el complejo y la sierra de Arrábida. En su
interior habían instalado una pequeña exposición sobre el papel que había
jugado en la guerra contra Castilla de 1383-85. La capital estaba cercada por
los castellanos y el Maestre de Avís, el futuro Juan I, necesitaba refuerzos.
Mientras, Nuno Alvares Pereira había defendido con éxito el Alentejo y vencido
en la batalla de Atoleiros. Desde allí fue a Palmela y desde el castillo
encendió fogatas para que los lisboetas supieran de su cercanía. Los refuerzos
estarían asegurados.
Algunos espacios museísticos de
la fortaleza estaban cerrados. Visitamos el resto y nos fuimos a la iglesia de
Santiago, de gótico tardío del siglo XV. Conservaba algunos azulejos
geométricos. Las naves estaban vacías.
Un poco más abajo del castillo
un restaurante nos atrajo inmediatamente con la promesa de unos reconfortantes
refrescos. Parecía un bar de copas y quizá lo fuera por la noche. El interior
era agradable y la terraza daba al pueblo. Tenía encanto. Se llamaba Culto.
Nos instalamos fuera, a la sombra. Al sol hubiera sido una irresponsabilidad.
Como era la hora de comer y
habíamos visto sacar unas hamburguesas gloriosas, nos metimos dentro, pedimos
una torta de queso de Azeitao, como la torta del Casar, y dos hamburguesas.
Había que recomponer el cuerpo.
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