Desde aquella altura controlaba
perfectamente la ciudad y el puerto. En un panel explicativo afirmaban que el
objetivo de Felipe II fue tanto la defensa de la entrada como el control de la
ciudad. Los nobles apoyaban al rey, pero la población no compartía esa adhesión
y podía ser levantisca. El comentario me pareció un poco fuera de lugar y un
capítulo más de esa enemistad de los portugueses hacia los españoles que
parecía que nunca sería superada a pesar de la buena relación actual entre
ambos países. El pasado aún pesaba demasiado.
La vista era espectacular. Es lo
bueno que tienen los castillos cuando pierden su carácter bélico: se convierten
en los mejores miradores. En la paz, el viento nos arropaba, el sol lo
iluminaba todo con perfiles precisos, el mar en clama creaba un ambiente
sereno.
Las rampas del sistema de
baluartes nos condujeron al interior, a una primera estancia que recordaba a un
amplio recibidor, y a una nueva rampa con peldaños tan bruñidos por el uso que
reflejaban con intensidad el sol. Subimos por ella. El arco de acceso al
exterior exhibía unos preciosos azulejos azul y blanco.
Los azulejos recubrían las
paredes y la bóveda de la capilla, pequeña e impresionante. Representaban la
vida de san Felipe y su autor era Policarpo de Oliveira Bernardes. Eran del
siglo XVIII. En el ábside plano, un retablo barroco. Lo admiramos con detalle e
interés.
Desde la década de 1960 una
parte del castillo se había convertido en una pousada, como los
paradores españoles, siguiendo con la misma filosofía de dar nuevos usos a
monumentos que de otra forma hubieran estado condenados a la desaparición.
Estaba cerrado por las medidas sanitarias, no así la cafetería, que se abría en
una plataforma que daba a la parte oriental de la península de Troia. Su masa
boscosa y sus arenales se perfilaban a menos distancia de la que hubiéramos
pensado.
Avanzamos hasta un extremo. Nos
asomamos a los molinos del interior. Contemplamos Santiago de Outao, que
sobresalía en la costa. A nuestra espalda la masa verde del parque de la
Arrábida. Íbamos concatenando las diversas perspectivas de todas aquellas
bellezas que se sucedían en un entorno de paz, algo casi contradictorio estando
en un castillo.
Nos entretuvimos unos minutos
viendo unos vídeos sobre las oportunidades de ocio y de visitas que ofrecía la
zona de Setúbal.
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