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Descubriendo Portugal 147. El castillo de San Felipe II


 

Desde aquella altura controlaba perfectamente la ciudad y el puerto. En un panel explicativo afirmaban que el objetivo de Felipe II fue tanto la defensa de la entrada como el control de la ciudad. Los nobles apoyaban al rey, pero la población no compartía esa adhesión y podía ser levantisca. El comentario me pareció un poco fuera de lugar y un capítulo más de esa enemistad de los portugueses hacia los españoles que parecía que nunca sería superada a pesar de la buena relación actual entre ambos países. El pasado aún pesaba demasiado.

La vista era espectacular. Es lo bueno que tienen los castillos cuando pierden su carácter bélico: se convierten en los mejores miradores. En la paz, el viento nos arropaba, el sol lo iluminaba todo con perfiles precisos, el mar en clama creaba un ambiente sereno.



Las rampas del sistema de baluartes nos condujeron al interior, a una primera estancia que recordaba a un amplio recibidor, y a una nueva rampa con peldaños tan bruñidos por el uso que reflejaban con intensidad el sol. Subimos por ella. El arco de acceso al exterior exhibía unos preciosos azulejos azul y blanco.

Los azulejos recubrían las paredes y la bóveda de la capilla, pequeña e impresionante. Representaban la vida de san Felipe y su autor era Policarpo de Oliveira Bernardes. Eran del siglo XVIII. En el ábside plano, un retablo barroco. Lo admiramos con detalle e interés.



Desde la década de 1960 una parte del castillo se había convertido en una pousada, como los paradores españoles, siguiendo con la misma filosofía de dar nuevos usos a monumentos que de otra forma hubieran estado condenados a la desaparición. Estaba cerrado por las medidas sanitarias, no así la cafetería, que se abría en una plataforma que daba a la parte oriental de la península de Troia. Su masa boscosa y sus arenales se perfilaban a menos distancia de la que hubiéramos pensado.

Avanzamos hasta un extremo. Nos asomamos a los molinos del interior. Contemplamos Santiago de Outao, que sobresalía en la costa. A nuestra espalda la masa verde del parque de la Arrábida. Íbamos concatenando las diversas perspectivas de todas aquellas bellezas que se sucedían en un entorno de paz, algo casi contradictorio estando en un castillo.

Nos entretuvimos unos minutos viendo unos vídeos sobre las oportunidades de ocio y de visitas que ofrecía la zona de Setúbal.

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