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Descubriendo Portugal 144. De noche en dulces sueños que mentían, de día en pensamientos que volaban


 

Aquel día estaba predestinado a ser un complemento de los anteriores para visitar lo que había quedado rezagado.

En el diseño inicial era un día sin claras obligaciones, algo necesario teniendo en cuenta nuestra costumbre de no entrar en el hotel antes de las ocho de la tarde.

La opción de un día dedicado a la playa nos seducía poco. El día anterior habíamos disfrutado de ella en Troia y el sol y el viento nos habían vapuleado con saña. La operativa para las playas era complicada. La habíamos sufrido el domingo en Arrábida. Los aparcamientos se colapsaban y los huecos en los arcenes de las carreteras eran una quimera. Si conseguías zafarte del coche aún tenías que caminar un buen tramo hasta la playa. Luego, es cierto, no estaban muy saturadas. La selección natural.

El ayuntamiento aconsejaba acudir en autobús. No era extraño circular por la ciudad y encontrar en las paradas a gente con bañador y chanclas, con silletas y sombrillas. Muy popular, aunque para nosotros, que estábamos acostumbrados a las comodidades de bajar del apartamento, caminar doscientos metros y tocar la arena, nos parecía un tanto descalificante.

Nos despertamos a las nueve y conseguimos bajar a desayunar más rápido que el día anterior, con lo que estuvimos prácticamente solos un pequeño rato. Nos pusimos los guantes de plástico, obligatorios, y nos pegamos un desayuno abundante. Cuando concluimos el desayunador era un mercado persa.

Nuestra intención era empezar por la fortaleza de San Felipe, pero nos topamos con el convento y la iglesia de Jesús. Los mapas iban por libre en el navegador y no sabemos por qué no aparecía en el móvil el trayecto resaltado, como en Google Maps, con lo que fuimos guiados por la seductora voz del programa.

Aparcar en Setúbal, ya fuera pagando o no, era misión imposible, algo desesperante y de resultado cercano a la ilegalidad. Las marcas del suelo las debieron pintar en tiempos del poeta Bocage, del que luego hablaremos, y la señalización vertical no era tampoco muy clara. Al lado del ayuntamiento había un sitio con esa mezcla de deseo y clandestinidad, tan atrayente por tirar el coche, como incierta en cuanto al resultado. Hay que arriesgar en esta vida. Un minuto después, apareció otro coche cuyo conductor no tuvo tantos escrúpulos.

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