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Descubriendo Portugal 143. Una cena frustrante...con chocos



Para cenar, Jose había reservado en Arrabatina. No fue fácil ya que los lunes cerraban muchos locales, a pesar de ser agosto y estar la ciudad llena de visitantes. Es algo que nunca entenderemos en los lugares de veraneo. No aprovechar al máximo la temporada, después de meses cerrados o de incertidumbres, lo considerábamos un error mayúsculo.

La cena fue un tremendo desastre. La reserva era a las nueve y como nos costó bastante aparcar (era una zona de casas viejas) llegamos a las 9,30. El camarero nos dijo que habían anulado nuestra reserva. Nos quedamos a cuadros y empezamos una discusión en la que llevábamos las de perder porque el chaval que nos atendía no tenía demasiadas luces. Al final, unos señores que debían ser de la ciudad o del barrio nos cedieron su mesa. No sé si fue peor.

Todas las mesas estaban ocupadas, pero realmente solo había media docena con gente cenando. Una docena de mesas esperaban a ser atendidas. Los clientes perseguían con mejor o peor suerte a los dos camareros, que estaban desbordados. Desde luego, no eran muy competentes. La restauración en Portugal está atendida por camareros sin ninguna formación y bastante poco interés. No era nuestra primera ni nuestra última experiencia negativa.

Tardaron una enormidad en traernos unas cervezas. Y otra enormidad para encargar la comida. El camarero nos dijo que no había de nada de la carta. Hubiéramos saltado sobre su cuello y lo hubiéramos despedazado. Rectificó y nos dijo que aún quedaban chocos, esas patas grandes de calamar que estaban deliciosos. Nos plegamos.

Los clientes españoles hablábamos entre nosotros. Una pareja joven estaba resignada y se lo tomaron con filosofía y buen humor, que contagiaron a una familia con dos niños pequeños. Éstos tuvieron un comportamiento ejemplar: no se pusieron pesados. Tres mesas más allá habíamos contemplado una jugada maestra de una familia francesa. El padre había encargado la cena por una aplicación, allí mismo, esperando, y consiguieron que les atendieran. Les sacaron las bolsas del pedido para casa, se instalaron en una mesa y se dieron un buen banquete. Estaba claro que había que echarle imaginación al asunto de las cenas.

Terminamos a las once. Y, curiosamente, no nos cabreamos.

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