Para cenar, Jose había reservado en Arrabatina. No fue fácil ya que los lunes cerraban muchos locales, a pesar de ser agosto y estar la ciudad llena de visitantes. Es algo que nunca entenderemos en los lugares de veraneo. No aprovechar al máximo la temporada, después de meses cerrados o de incertidumbres, lo considerábamos un error mayúsculo.
La cena fue un tremendo desastre.
La reserva era a las nueve y como nos costó bastante aparcar (era una zona de
casas viejas) llegamos a las 9,30. El camarero nos dijo que habían anulado
nuestra reserva. Nos quedamos a cuadros y empezamos una discusión en la que llevábamos
las de perder porque el chaval que nos atendía no tenía demasiadas luces. Al
final, unos señores que debían ser de la ciudad o del barrio nos cedieron su
mesa. No sé si fue peor.
Todas las mesas estaban ocupadas,
pero realmente solo había media docena con gente cenando. Una docena de mesas
esperaban a ser atendidas. Los clientes perseguían con mejor o peor suerte a
los dos camareros, que estaban desbordados. Desde luego, no eran muy
competentes. La restauración en Portugal está atendida por camareros sin
ninguna formación y bastante poco interés. No era nuestra primera ni nuestra
última experiencia negativa.
Tardaron una enormidad en
traernos unas cervezas. Y otra enormidad para encargar la comida. El camarero
nos dijo que no había de nada de la carta. Hubiéramos saltado sobre su cuello y
lo hubiéramos despedazado. Rectificó y nos dijo que aún quedaban chocos, esas
patas grandes de calamar que estaban deliciosos. Nos plegamos.
Los clientes españoles
hablábamos entre nosotros. Una pareja joven estaba resignada y se lo tomaron
con filosofía y buen humor, que contagiaron a una familia con dos niños
pequeños. Éstos tuvieron un comportamiento ejemplar: no se pusieron pesados. Tres
mesas más allá habíamos contemplado una jugada maestra de una familia francesa.
El padre había encargado la cena por una aplicación, allí mismo, esperando, y
consiguieron que les atendieran. Les sacaron las bolsas del pedido para casa,
se instalaron en una mesa y se dieron un buen banquete. Estaba claro que había
que echarle imaginación al asunto de las cenas.
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