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Descubriendo Portugal 141. Al norte, dos mundos.


 

Tomamos el coche y nos fuimos hacia el norte, la zona más urbanizada. Tardamos pocos minutos en llegar, pero fue imposible aparcar. Metimos el coche en un aparcamiento subterráneo. Era caro: 1,30 euros el cuarto de hora.

Salimos entre edificios de muy buen aspecto y nos dirigimos directamente hacia la playa de Troia Mar. Estaba bastante concurrida, sin estar agobiante. Quien decidía alejarse un poco gozaba de mayor intimidad. Hacia el sudoeste se sucedían las playas, como Bico das Lulas, da Questa y Costa de Galé. La más larga y salvaje era la playa Atlántica.

Para evitar los daños a las dunas habían instalado una senda alzada de madera que facilitaba el paseo. La tomamos hasta el Casino y el puerto deportivo, donde había varios bares y restaurantes. Nos sentamos en un 100 Montaditos acompañados del pijerío local y extranjero y las vistas sobre los lujosos barcos.



Troia combinaba dos mundos que convivían bastante armónicamente. Por una parte, el mundo del lujo. Los precios de los apartamentos eran escandalosos y los de los hoteles no estaban a disposición de cualquiera. La gente bien se refugiaba en esos complejos buscando un mundo de sofisticación. El otro mundo era el de todos los mortales, el popular, el que venía en el ferry para una jornada de playa bajo su sombrilla y que se daba un paseo por ese otro mundo inasequible. El visitante de día se refugiaba en las playas salvajes, en la naturaleza maravillosa que estaba disponible para todos, aunque determinadas parcelas estuvieran acotadas para unos pocos.

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