Probablemente el emplazamiento de
las ruinas de Citóbriga fue una isla en el siglo I d.C., cuando se estableció
la factoría de salazones. Era el lugar perfecto ya que abundaba el pescado y la
sal con la que someterlo al eficaz sistema de conservación que permitió
comercializarlo por todo el Imperio Romano. El garum, una salsa
elaborada con pescado, muy popular en la época, trajo prosperidad a la zona. En
el lado oriental de la península, hacia el embarcadero, habían descubierto
otros vestigios romanos, según informaba un panel. La factoría estuvo en
funcionamiento hasta el siglo V o VII. Parece que una fuerte tormenta invernal
destruyó el lugar, que sería posteriormente abandonado.
Lo que se visitaba era la décima
parte de lo que fue el complejo. Las zonas de procesado ocupaban la parte que se
abría tras la entrada. En aquellas grandes piletas de piedra se afanaban los
trabajadores. La primera era de mayores dimensiones que la siguiente y ambas
fueron divididas con el transcurrir del tiempo.
En torno a la factoría creció un
centro urbano. La mejor prueba de ello eran las termas, un mausoleo de la
primera mitad del siglo III d. C. o la necrópolis. Los diecinueve tanques de
procesado, con una capacidad de 465.000 litros permitían llenar 14.500 ánforas
de 32 litros, lo que exigía un núcleo poblacional de cierta envergadura. Hubo,
incluso, una basílica cristiana.
La visita se realizaba por unas
pasarelas de madera que impedían el desgaste producido por los visitantes. Estábamos
solos y no parecía que hubiera una gran afluencia de público al parque
arqueológico.
Continuamos hasta el extremo
oriental. Un pequeño altozano permitía contemplar el complejo en conjunto y
apreciar su organización. En la zona más cercana estaba la necrópolis y el
mausoleo. Allí estuvieron los almacenes. A la espalda, el estuario. A la
derecha, la rua da Princesa, que tomaba su nombre por haber sido la
princesa María (María I), quien instó la excavación en el siglo XVIII. Era una
zona residencial. Rodeamos completamente las ruinas hasta las termas.
La visita nos había dejado
contentos y empapados en sudor. Al otro lado de las ruinas se introducía el
agua formando una laguna abierta que estaba rodeada por una estrecha playa y un
bosquecillo de pinos que era la única sombra disponible. Como se estaban
bañando dos pequeños grupos de personas nos animamos a refrescarnos en las
aguas a pesar de la presencia de tres barcos abandonados y oxidados en la
orilla. Nos alejamos de ellos para evitar su influencia. Al otro extremo se
habían instalado varias familias con sombrillas y una motora.
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