Nos sentíamos relajados. Esa fue
la primera impresión del día. Habíamos dormido bien y habíamos prolongado hasta
las nueve el reparador descanso. La sensación era que nuestros deberes como
viajeros eran laxos y que ese día nos habíamos ganado una jornada más plácida.
El desayunador estaba a rebosar.
Jose tuvo la habilidad suficiente para encontrar una mesa. Compartimos ese
momento con muchos españoles, familias jóvenes con niños pequeños que se portaban
bastante bien. La mayoría iba vestida para la playa.
El buffet estaba bien abastecido
con lo que nos preparamos un desayuno con fiambre, fruta, tostadas (Jose se
puso unos huevos revueltos con bacon) y unos dulces. Como si en nuestro
recorrido no fuéramos a encontrar dónde comer o abastecernos.
Esa fue la primera prevención
que ejecutamos: abastecernos por si surgían problemas para comer, visto el
fracaso del día anterior. Cargamos lo básico y salimos hacia un supermercado.
Nos equivocamos para entrar en uno y nos encontramos en la autopista de peaje.
Fueron unos céntimos y un pequeño retraso. Compramos pan de molde, jamón y
queso, un clásico de nuestras comidas camperas, agua, zumo, unas galletas y
fruta. Cerca de las cajas vendían unas parrillas para grilhar el pescado
que nos gustaron y las compramos para regalarlas a la familia. Todo un éxito.
La pasión del día era
intensamente dorada por un joven y vigoroso sol, fogoso, como un amante
inquieto y decidido, como deseoso de exhibir su poder de seducción a los
mortales, a los visitantes que tomaban las calles empedradas de la ciudad. Los
locales sabían cómo combatir ese apasionamiento solar y buscaban las sombras.
0 comments:
Publicar un comentario