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Descubriendo Portugal 136. El estuario del Sado.

 


El cambio obligado de planes nos había dejado un poco descolocados. Aparcamos nuestra frustración y buscamos una alternativa para completar la tarde. Optamos por el estuario del Sado.

El río Sado recorría 180 kilómetros desde la sierra de Caldeirão para desembocar en el Atlántico con un amplio estuario. Su visita era una de las más aconsejadas. Un recorrido en barca permitía el avistamiento de delfines nariz de botella y otras especies marinas. La zona era abundante en aves. No estaba lejos de Setúbal. Montamos en el coche, Jose cargó el destino en el móvil y seguimos las indicaciones.



Llegamos al molino de mareas de Mourisca cuando la luz del sol era casi horizontal. Aún quedaba tiempo hasta el tardío anochecer, lo que aliviaba el calor. La zona era de marismas. El agua se infiltraba por canales e inundaba la zona con el capricho de las mareas, que debían ser de consideración para haber instalado un molino que se activara con ellas. El molino lo habían reconvertido en un pequeño museo con paneles explicativos.

La sensación era nuevamente de soledad. En la cafetería del molino charlaba un nutrido grupo de gente con niños. En cuanto te alejabas un poco no había nadie. Las barcas reposaban sobre la orilla o arrimadas a ella.



Caminamos hasta el observatorio ornitológico y contemplamos algunas pequeñas aves y algún flamenco. En las zonas donde se había retirado el mar buscaban comida, pequeños peces atrapados. Más lejos, algunas casas. Era un lugar al margen del mundanal ruido.

Nos acercamos dando un paseo hasta las antiguas salinas. Era una experiencia agradable.

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