Saltamos de un mirador a otro.
Cada uno ofrecía un atractivo diferente (por ello no queríamos renunciar a
ninguno). En uno de ellos, en la parte alta de la sierra, pudimos comprobar el
interior y, especialmente, un pequeño valle alargado con algunas fincas y
algunas parcelas dedicadas al ganado. En ese entorno estaba Azeitao, lugar de gente
bien, buenos quesos, buen vino y azulejos.
Nuestro avance nos llevó hasta
el convento de Nossa Senhora da Arrabida, fundado por el fraile franciscano
Fray Martinho de Santa María, en 1542. Lo más curioso es que parecía un
pueblecito de casas blancas repartidas escalonadamente, un cortijo o una
hacienda. Nos había llamado la atención una primera construcción en lo alto,
quizá la Ermita de la Memoria, como un morabito musulmán, y otras pequeñas
capillas que quizá en su día formaban las estaciones de un vía crucis. Parecían
incrustadas en el verdor de la vegetación, algo misteriosamente. Desde otro de
los miradores abarcamos el conjunto. Aunque nos acercamos a la entrada no nos
abrieron y tuvimos que conformarnos con esa visión lejana. Por lo que leímos posteriormente,
ahora pertenecía a la Fundación del Oriente, quien lo mostraba a los viajeros
curiosos y cedía algunos de los espacios de forma temporal.
Y nuevamente recurro a Saramago,
que nos vuelve a dejar unas palabras que resumen los sentimientos:
Claro
está que el viajero va intentando, por metáforas, decir lo que siente. Pero
cuando desde lo alto de la carretera se ve el inmenso mar y al fondo de los
cantiles la franja blanca que bate inaudible, cuando a pesar de la distancia la
transparencia de las aguas deja ver las arenas y las piedras limosas, el
viajero piensa que solo la gran música podrá expresar lo que los ojos se
limitan a ver. O ni siquiera la música. Probablemente el silencio, ningún
sonido, ninguna palabra, ninguna pintura; sólo, al fin, la alabanza de la
mirada: a vosotros, ojos, alabo y agradezco. Así deben de haber pensado los
frailes que construyeron el convento en esta media ladera, abrigado del viento
norte: todas las mañanas podrían ofrecerse a la luz del mar, a la vegetación de
la ladera, y así, en adoración, quedarse todo el día. Está convencido el
viajero de que estos arrábidos fueron grandes y purísimos paganos.
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