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Descubriendo Portugal 134. Nossa Senhora da Arrabida.


 

Saltamos de un mirador a otro. Cada uno ofrecía un atractivo diferente (por ello no queríamos renunciar a ninguno). En uno de ellos, en la parte alta de la sierra, pudimos comprobar el interior y, especialmente, un pequeño valle alargado con algunas fincas y algunas parcelas dedicadas al ganado. En ese entorno estaba Azeitao, lugar de gente bien, buenos quesos, buen vino y azulejos.

Nuestro avance nos llevó hasta el convento de Nossa Senhora da Arrabida, fundado por el fraile franciscano Fray Martinho de Santa María, en 1542. Lo más curioso es que parecía un pueblecito de casas blancas repartidas escalonadamente, un cortijo o una hacienda. Nos había llamado la atención una primera construcción en lo alto, quizá la Ermita de la Memoria, como un morabito musulmán, y otras pequeñas capillas que quizá en su día formaban las estaciones de un vía crucis. Parecían incrustadas en el verdor de la vegetación, algo misteriosamente. Desde otro de los miradores abarcamos el conjunto. Aunque nos acercamos a la entrada no nos abrieron y tuvimos que conformarnos con esa visión lejana. Por lo que leímos posteriormente, ahora pertenecía a la Fundación del Oriente, quien lo mostraba a los viajeros curiosos y cedía algunos de los espacios de forma temporal.



Y nuevamente recurro a Saramago, que nos vuelve a dejar unas palabras que resumen los sentimientos:

Claro está que el viajero va intentando, por metáforas, decir lo que siente. Pero cuando desde lo alto de la carretera se ve el inmenso mar y al fondo de los cantiles la franja blanca que bate inaudible, cuando a pesar de la distancia la transparencia de las aguas deja ver las arenas y las piedras limosas, el viajero piensa que solo la gran música podrá expresar lo que los ojos se limitan a ver. O ni siquiera la música. Probablemente el silencio, ningún sonido, ninguna palabra, ninguna pintura; sólo, al fin, la alabanza de la mirada: a vosotros, ojos, alabo y agradezco. Así deben de haber pensado los frailes que construyeron el convento en esta media ladera, abrigado del viento norte: todas las mañanas podrían ofrecerse a la luz del mar, a la vegetación de la ladera, y así, en adoración, quedarse todo el día. Está convencido el viajero de que estos arrábidos fueron grandes y purísimos paganos.

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