Trasladamos nuestro centro de
operaciones al otro lado del estuario en nuestro cambio de hotel más cercano,
en Setúbal. No habíamos tenido opción para quedarnos en Comporta, que era
nuestro objetivo inicial. En esta segunda parte del viaje buscábamos menos
ajetreo, disfrutar de la playa y combinarla con algunas visitas de media
jornada.
Lo más lógico, una vez cruzado
el puente 25 de Abril (por la revolución de los Claveles), hubiera sido
dirigirse a la costa de Caparica, en la zona occidental de la península de
Setúbal. Abundaban las buenas playas y la recompensa de una mariscada en alguno
de los chiringuitos junto al mar. Pero era domingo y los lisboetas se lanzaban
en masa hacia ese destino. El calor asfixiante invitaba a ello. La carretera
estaba petada y cuando comprobamos que muchos vehículos se desviaban en esa
dirección respiramos tranquilos. Falsa calma.
Tomamos el desvío hacia las
playas del Parque Natural de Arrábida. El parque combinaba la montaña con monte
bajo que se asomaba al mar formando unas sugerentes playas. Nos metimos por
carreterillas estrechas, algún camino polvoriento y formamos un pequeño grupo
de cuatro coches. Buena señal. Sin embargo, cuando estuvimos en las
inmediaciones de las primeras playas, el tráfico se convirtió en pesadilla y
los lados de la carretera se poblaron de coches aparcados. Se formaba también
una caravana paralela de gente que avanzaba como dirigiéndose al exilio cargada
de toda suerte de cachivaches para la playa. Eso dificultaba el avance. Las
lentas olas que la marea dejaba, en una imagen de Ricardo Reis, que pesada
cedía, no llevaba aparejada el total sosiego.
En Outao se confirmó lo que
imaginábamos. La policía había cerrado el acceso y desviaba el tráfico hacia
los aparcamientos, que estaban a rebosar. Era una ratonera. Preguntamos al
policía para abandonar la costa y subir hacia la sierra. Nos obligó a regresar
y tomar otro desvío. Para que el lector se sitúe se debe de tomar como
referencia la fábrica de cemento.
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