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Descubriendo Portugal 127. El palacio de Queluz IV.

 


El salón del Trono era impresionante. La luz potente de agosto se reflejaba en los espejos y le daba mayor viveza. Las poderosas lámparas de cristal encendidas carecían de sentido. Pasamos revista a los reyes que lo presidieron. Recordamos con cariño a María I, que fue inhabilitada como reina por su locura, a Juan VI:

Pusilánime, tristón y feo…Era blando, miedoso, panzudo, con las piernas cortas y gruesas como muchos de los Braganza. Nada de belleza viril, de coraje, de autoridad, de espíritu de decisión…Aborrecía tomar decisiones, incluida la de ser severo con uno de sus hijos. De joven, las decisiones las habían tomado otros por él.

Tras la lectura del libro sentías por él una mezcla de cariño y pena. Sin embargo, sus indecisiones, el aplazamiento de los problemas hasta que se solucionaran por sí solos le había funcionado con Napoleón. Al final, había salido victorioso tomando la decisión más difícil de su vida, la de desplazarse a Brasil con toda la corte. Había perdido su país -momentáneamente- pero había salvado su imperio. De él Napoleón diría una frase que pasó a la historia: “Fue el único que me engañó.”



La sala fue utilizada esencialmente para grandes recepciones, como salón de baile, teatro o para alguno de los bautizos reales.

La sala de Música era más sencilla, amplia y presidida por un piano. No había demasiados objetos, tan solo las arañas, espejos, un retrato cortesano. Cada sala era explicada en unos pequeños carteles. Para seguir con éxito el recorrido me ayudé de un plano que encontré en internet y las descripciones de www.planetadunia.com. No obstante, la estructura era muy similar a la de otros recintos palaciegos.

La capilla era lujosa, con un vistoso coro en alto. Las paredes imitaban el mármol y el lapislázuli. El altar mayor lo presidía una imagen de la Inmaculada Concepción, patrona de Queluz. Se utilizaba en ocasiones para conciertos de música. Su carácter intimista favorecía esas veladas.



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