Pedro tenía don de gentes, fruto
de ese contacto con los súbditos. No es extraño que Javier Moro eligiera una
personalidad tan intensa y a veces contradictoria como Pedro IV para
protagonizar su novela. Era un personaje que despertaba admiración, que había
sido capaz de conciliar a su pueblo en un momento de extrema ruptura. Gozaba de
ese perfil de los héroes de la antigüedad, de un líder popular. Era fácil de
querer. Justo lo contrario que su hermano, que era de carácter cruel y taimado.
Sin embargo, su estrella
decreció por ciertas actitudes durante su etapa como emperador de Brasil, tal
como nos traslada Javier Moro:
Los
excesos y la amoralidad de Pedro hicieron que su magia se evaporase; ya no
suscitaba en el pueblo la admiración de antaño, ni siquiera el mismo respeto.
Su comportamiento con Leopoldina, los excesos que permitía a su amante, las
contradicciones de su carácter que lo hacían pasar ora por un demócrata, ora
por un dictador, todo contribuía al desmoronamiento de su imagen. Eso, unido a
los treinta meses en los que Pedro había gobernado de manera despótica, había
mermado su popularidad.
Lo ratificaba el embajador de
Austria en Brasil, el Barón Von Mareschal, que fue testigo de sus desmanes y
contradicciones, especialmente con sus abiertas infidelidades hacia su esposa
austriaca, Leopoldina:
No es
fácil aconsejar y servir a un príncipe extremadamente arbitrario en sus ideas,
inteligente, mas sin discernimiento ni principios, muy celoso de su autoridad,
irritable, y de extrema inconsistencia en sus amistades…
A ambos hermanos “les gustaban
los juegos violentos, les excitaba sentir el aguijón del peligro, y eso les
duró toda la vida” -según transcribo de la novela-. Siempre que competían
ganaba Pedro “lo que provocaba la rabia de Miguel”. Eso afectó al carácter del
hermano menor, huidizo y mentiroso. “Siempre que podía se escudaba en su
hermano mayor, por quien sentía una mezcla de admiración y envidia. Además de
ser el mayor, todo le salía bien”. Y quizá ello fuera el germen de la
polarización que les condujo a encabezar los partidos enfrentados de liberales
y absolutistas.
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