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Descubriendo Portugal 126. El palacio de Queluz III. Pedro IV y su hermano Miguel.


 

Pedro tenía don de gentes, fruto de ese contacto con los súbditos. No es extraño que Javier Moro eligiera una personalidad tan intensa y a veces contradictoria como Pedro IV para protagonizar su novela. Era un personaje que despertaba admiración, que había sido capaz de conciliar a su pueblo en un momento de extrema ruptura. Gozaba de ese perfil de los héroes de la antigüedad, de un líder popular. Era fácil de querer. Justo lo contrario que su hermano, que era de carácter cruel y taimado.

Sin embargo, su estrella decreció por ciertas actitudes durante su etapa como emperador de Brasil, tal como nos traslada Javier Moro:

Los excesos y la amoralidad de Pedro hicieron que su magia se evaporase; ya no suscitaba en el pueblo la admiración de antaño, ni siquiera el mismo respeto. Su comportamiento con Leopoldina, los excesos que permitía a su amante, las contradicciones de su carácter que lo hacían pasar ora por un demócrata, ora por un dictador, todo contribuía al desmoronamiento de su imagen. Eso, unido a los treinta meses en los que Pedro había gobernado de manera despótica, había mermado su popularidad.

Lo ratificaba el embajador de Austria en Brasil, el Barón Von Mareschal, que fue testigo de sus desmanes y contradicciones, especialmente con sus abiertas infidelidades hacia su esposa austriaca, Leopoldina:

No es fácil aconsejar y servir a un príncipe extremadamente arbitrario en sus ideas, inteligente, mas sin discernimiento ni principios, muy celoso de su autoridad, irritable, y de extrema inconsistencia en sus amistades…

A ambos hermanos “les gustaban los juegos violentos, les excitaba sentir el aguijón del peligro, y eso les duró toda la vida” -según transcribo de la novela-. Siempre que competían ganaba Pedro “lo que provocaba la rabia de Miguel”. Eso afectó al carácter del hermano menor, huidizo y mentiroso. “Siempre que podía se escudaba en su hermano mayor, por quien sentía una mezcla de admiración y envidia. Además de ser el mayor, todo le salía bien”. Y quizá ello fuera el germen de la polarización que les condujo a encabezar los partidos enfrentados de liberales y absolutistas.

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