El despliegue de medios para tan
capital evento fue espectacular. Se renovó la ciudad, a la que sometieron a un
lavado de cara general, inauguraron el puente atirantado Vasco de Gama, con un
guiño muy especial al ilustre navegante y su generación, y durante unos meses
la Expo convirtió a Lisboa en el centro de Europa. Se instaló en unos terrenos
baldíos al este de Lisboa, como suele ocurrir con estas magnas obras,
recuperando una zona marginal que era necesario recuperar urbanísticamente,
según leo en la Guía Oficial de la exposición:
Instalaciones
industriales desfasadas, depósitos petrolíferos, viejos almacenes militares, un
matadero obsoleto e incluso un vertedero al aire libre debían ceder su lugar a
un nuevo concepto de ocupación del espacio que permitiese, en el futuro,
devolver a la ciudad de Lisboa una franja considerable de su distrito, con
cerca de 5 kilómetros de extensión, a orillas del Tajo, el río que baña la
capital portuguesa.
La actuación urbanística supuso
la construcción de 10.000 viviendas para 25.000 habitantes, sedes de empresas,
administración y servicios para 18.000 trabajadores y un nuevo centro urbano
con instalaciones para el comercio, hoteles, espectáculos y ocio.
Se construyeron infraestructuras
que sirvieron más allá de aquellos fastos: la estación de tren en el Parque de
las Naciones, de Santiago Calatrava, el pabellón de los Océanos y otras
construcciones señeras.
Tuve la suerte de poder acudir a
la Expo formando parte de una delegación de la Cámara de Comercio Sudafricana
en España, de la que era secretario por aquel entonces. Estuvimos presentes en
las celebraciones del Día de Sudáfrica en la Expo. Se calculaba que en
Sudáfrica vivía una colonia de portugueses o descendientes de éstos de un
millón de personas. Muchos portugueses de Angola y Mozambique decidieron
quedarse en África y no regresar a la metrópoli.
Le dediqué dos jornadas y me
empapé de sus pabellones y su ambiente. Uno de los pabellones más destacados
fue el de España. Para hacerse una idea lo mejor era dar un paseo por la
avenida junto al río y admirar las joyas vanguardistas de aquel legado. La
arquitectura era impactante. Participaron los mejores arquitectos y artistas
portugueses. Se organizaba en torno a dos grandes jardines, el del Agua/Parque
Vitalis, y el García de Orta, que recordaba al botánico del siglo XVI que
realizó el primer registro occidental de plantas orientales y que vivió en la
India durante 30 años.
Los pabellones temáticos eran el
exponente de la tecnología y la innovación, de la problemática en torno a los
océanos y las claves para su aprovechamiento sostenible. El del Conocimiento de
los Mares versaba sobre la evolución del proceso de descubrimiento de los
mares; el del Futuro, sobre la importancia de los océanos para la supervivencia
de la humanidad; el de los Océanos era el acuario más grande de Europa y el
segundo mayor del mundo; destacaba la forma de caparazón de tortuga del
pabellón de la Utopía; el de la Realidad Virtual anunciaba la importancia de la
misma con dos décadas de antelación. Alvaro Siza firmaba el pabellón de
Portugal.
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