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Descubriendo Portugal 119. Los Jerónimos III.

 


Avanzamos hasta la cabecera. Nos dimos la vuelta y observamos el coro iluminado por el rosetón. El púlpito era impresionante. Todo estaba cubierto de la decoración manuelina, que nos recordó al plateresco español. Conjugaba elementos orientales traídos de allende los mares con la tradición occidental. Pero lo más peculiar de esa decoración eran los elementos marítimos y los objetos descubiertos en las expediciones, muy abundantes en el claustro, como esferas armilares, cabos marineros y otros.



Saramago nos llamó la atención sobre las naves:

El viajero está maravillado. Tantas veces ha hecho profesión de fe en cierta rudeza natural de la piedra, y se rinde ahora ante esta decoración finísima que parece encaje imponderable, ante los pilares increíblemente delgados para la carga que soportan. Y reconoce el golpe de genio que fue dejar en cada pilar una sección de piedra desnuda de ornamento: el arquitecto, piensa el viajero, quiso rendir homenaje a la simplicidad primera del material, y al mismo tiempo introduce un elemento que viene a perturbar la pereza de la mirada y a estimularla.

Más aún le impresionó la bóveda del transepto:

Son veinticinco metros de altura, en un vano de veintinueve por diecinueve metros. No hay aquí pilar o columna que ampare la enorme masa de la bóveda, lanzada en un solo vuelo. Como un enorme casco de barco puesto del revés, esta panza vertiginosa muestra el esqueleto, cubre con sus obras vivas el asombro del viajero, que está si me arrodillo o si no me arrodillo, para alabar aquí mismo a quien tanta maravilla concibió y construyó.



La sacristía era inconfundible: una columna central se desplegaba hacia el techo como la melena de una palmera. Observamos las pinturas.

Salimos al claustro, amplio, de esquinas achaflanadas, dos pisos con arquerías geminadas de una gran elegancia. Dimos un paseo por la galería, nos concentramos en las sorpresas de la decoración, en las gárgolas, las estatuas. En una de sus capillas estaba enterrado desde 1985 Fernando Pessoa. El monasterio acogió a los últimos reyes de la dinastía Aviz, Manuel I y la reina María de Aragón, Juan III y su esposa Catalina de Austria, Don Sebastián, muerto en la desastrosa batalla de Alcazarquivir (en una capilla del transepto, dudando de que allí estén sus restos) y Enrique I, que sólo reinó dos años.



En la sala capitular yacen Almeida Garrett y Alexander Herculano, dos grandes literatos del siglo XIX.

Subimos al coro alto, con su hermosa sillería y sus excelentes vistas sobre la iglesia.

Una vuelta por el refectorio, una amplia sala con hermosos azulejos en el zócalo con escenas religiosas, y salimos del recinto.


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