Ningún monumento representa
mejor la exaltación de la grandeza que siguió a los Descubrimientos como el
monasterio de los Jerónimos en Belén. Al situarse frente a su costado sur, el
que da al Tajo, volvimos a enfrentarnos a la inmensidad vivida en Batalha o
Tomar.
El primer arquitecto fue Diogo
de Boitaca, pero su proyecto no llegó a ejecutarse. Le sustituyó el cántabro
Juan de Castilla, que ya interviniera en los dos monasterios mencionados y
visitados, y en Alcobaça o la capilla mayor de la catedral de Braga. Acumulaba
intervenciones en lugares clasificados posteriormente como Patrimonio de la
Humanidad. El estilo elegido fue el manuelino, que aquí se consagraba en toda
su intensidad.
El monasterio fue fundado en
1501 sobre la antigua ermita de Restelo, a su vez fundada por Enrique el
Navegante. Aquí rezaron Vasco de Gama y su tripulación la noche anterior a su
partida hacia la India, lo que reforzaba el simbolismo de su emplazamiento.
Para su financiación se utilizó
el 5 por ciento de los impuestos obtenidos de las especias orientales, a
excepción de la pimienta, la canela y el clavo, que iban a la Corona. El rey
Manuel I trasladó recursos implicados en el monasterio de Batalha a este
proyecto. Con Felipe II, tras la incorporación de Portugal a España, parte de
esos recursos se destinarían a El Escorial. En la entrada occidental, con dos
torres, obra de Nicolás Chanterenne, aparecían en dos nichos las figuras de
Manuel I y la reina María protegidos por San Juan Bautista y San Jerónimo.
Sin duda, la portada más
espectacular era la meridional, plagada de figuras que acompañaban a la Virgen,
situada en el lugar más destacado.
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